jueves, 6 de diciembre de 2007

Piensa....

Nadie nace siendo sabio, pensé.
Quizás todos tengamos un poco de conocimiento con el que venimos al mundo para luego tomar mucho de lo que nos rodea y así formar nuestra personalidad. Nuestra manera de ver al mundo.

Y yo lo veía esa noche. Sentado en un banco, frente al Mar.
Muchos se quedan ahí, observándolo, tan gris y vasto. Algunos pensando en el, y otros simplemente en sus vidas. Quien escribe, un poco de ambas...
Yo le temo, a la vez que lo respeto y amo. Es a donde escapo cuando peor me siento, cuando estoy bien, o si simplemente necesito reflexionar.
Aunque no vaya a arreglar nada, que es lo que normalmente sucede cuando se piensan demasiado las cosas.

Nunca me fue fácil pensar estructuradamente. Simplemente tomo ideas y las encajo como si fueran parte de un rompecabezas para ciegos. A veces enlazo un pensamiento con otro y sin mediar explicaciones digo algo que aparentemente no termina teniendo nada que ver con lo que trataba de explicar. Y mi interlocutor se queda perplejo....o pensando ¿qué mierda dice este???.

Hacía bastante frío y corría un poco de viento. Por la luz de la luna llena podía ver como las olas rompían teniendo la espuma ese color blanco grisáceo.
Algún ruido ocasional me llamaba la atención, por ahí el rugido del motor de alguna moto o el paso de un auto por la maltratada costanera.
Me molestaba la idea de que algún policía estúpido pensara que estaba ahí por algo impropio y detuviera su chirriante, malparada Toyota para pedirme documentos y cortar ese tranquilo momento de comunión con el lugar.
Los vi pasar dos veces, y si no los miré, no me miraron.
No es el lugar más seguro para estar ahora. Sentado solo en un banco frente al mar, a cierta hora de la noche, cuando casi todo el pueblo está durmiendo o viendo algo por la televisión.
Pero ese era mi momentito a solas con el lugar, como si el fuera a escuchar y hurgar en mis propios pensamientos. Quizás encontrando una respuesta que no me pude dar antes.
¿Tendrá el mar licencia de psicólogo?. Por su Historia (con esa H) calculo que sí.

Pensaba en lo que había escuchado de la boca de un amigo hacía varios días. La simple historia de cómo había conocido a la mujer a la que más había amado. Por cursi que parezca la frase, así de importante era para el.
Para una persona analítica y lo suficientemente “desidealizada” como me considero, mi razonamiento hubiera sido decirle que a los veintipico todavía queda mucho por vivir como para sostener que no habría otra “alguien” como ella.
Pero a la vez también se que no soy lo suficientemente maduro como para afirmarlo.

Pensando en ello, volvió a mi mente una idea que de momentos me gusta tener en la mente, y en otras ocasiones simplemente deploro. Esa noche era una de las que quería hacer esa idea realidad.
Soy de los que creen que el final de una película es más fácil de recordar que el comienzo. Simplemente porque el final siempre queda en nuestra mente como el resultado de todo lo que sucedió antes. Nos es difícil el disfrutar una escena de amor sabiendo que después el pobre infeliz que está besando a la chica morirá de un tiro en los últimos 10 minutos. O como cuando supe que Bill Haydon era el traidor en la novela El Topo, aún antes de leerla, pues había terminado el libro que la sucedía meses antes.
Es decir, al menos en mi caso, al recordar el final, nos olvidamos del principio, de “disfrutar” la historia.

Y alguna vez tuve la idea de recolectar Comienzos. De preguntar a una pareja como fue que se conocieron, como empezaron su relación. A fin de cuentas es una historia que casi siempre merece ser contada.
Me parece muy atrayente el hecho de que existan esas ocasiones en las que las miradas conducen a un pensamiento, a un sentimiento. Quizás a una ligera paranoia (¿viste? ¿viste? ¡Ese chico/a me está mirando!..ayyy me muero!!) o un estado de nerviosismo mucho más soportable que otros.
El hecho de que dos personas se conozcan y nazca algo especial entre ellos me parece muy digno de ser recordado. Muchas veces es algo tímido, otras gritado a los cuatro vientos. En algunas ocasiones lento, en otras repentino.
Pero siempre nos tiene sobre la cuerda floja. Es algo que escapa en general al control más celoso.
Porque siempre existe un momento en el cual, estando frente a frente a esa persona, estamos a mitad de camino entre el “éxito” y el “fracaso”, si es que verdaderamente esa persona siente algo por la nuestra.
Y tales situaciones, tales comienzos, son algo que me intriga y en muchos casos me da un poco de felicidad, por mi y por los demás.
De los finales, solo nos basta la memoria para recordar. Pues al tener en mente a esa persona, si todo terminó, esos momentos de cuando todo se fue al demonio saldrán a la luz casi automáticamente, junto a su imagen.

Una ráfaga inclemente de viento frío se sacudió contra mi rostro. Había estado en movimiento por un tiempo y mi cuerpo lo toleró bastante bien.
Así que decidí mantenerme sentado en una tranquila soledad por unos momentos más, viendo las olas romper ligeramente iluminadas por la luna....y las luces de la calle.
Al comienzo de una relación parece que todo está por pasar. En realidad es como si fuesen los primeros párrafos de un libro que se escribe conforme vamos avanzando en la narración. Escrito por alguna mano invisible que trabaja mientras nuestros ojos recorren los pasajes de la historia.
Y si me permiten ser un poco ingenuo, creo que en cada uno de esos “principios de cuentos” existe una gran cuota de esperanza.
Todos esperamos que de esa historia salga lo mejor. Algo que nos llene de gozo, que de sentido a las cosas que no lo tienen. Y si es verdaderamente bueno, no lo tomamos con liviandad.

Recordé la sonrisa de mi amigo a medida que nos iba narrando la historia, es decir, el comienzo de la misma. Y vi como en sus gestos volvía a aparecer la esperanza. Esa que quizá había tenido al principio, cuando conoció a la chica.
Ignoro si los otros dos amigos que escuchaban junto a mi se percataron de eso. Y a decir verdad, no es algo que me preocupe.
Bastante ocupado estaba yo en mis propias apreciaciones sobre el tema, como para ocuparme de las cavilaciones de los demás.

“Es así, mierda”-. Dije en voz alta a un interlocutor que no existía.

Varias luces aparecieron desde el horizonte. Tan lejos que apenas se podían distinguir de las estrellas más bajas. Pesqueros, pensé. De esos japoneses hijos de puta a los que habría que convertir en carne de Etendard.
Imposible, no podría verlos desde la costa. Quizás se tratase de algunos de los del puerto de Mar del Plata.
Nunca voy a ver luces inexplicables, porque todas tienen su razón. Pero a una parte muy pequeña dentro de mí le gustaría creer en una luz que no se pudiera encontrar una explicación razonable. Eso haría las cosas más entretenidas.

Tampoco ese tipo de sensación esperanzadora que aparece solo en ciertas situaciones especiales era algo fácil de explicar.
Uno puede leer miles y miles de poemas y ese tipo de escritos sin siquiera hallar una palabra que lo conduzca a uno a rememorar ese sentimiento. Esa expectación que no desaparece y nos acompaña de manera omnipresente mientras la tenemos aprisionada en el pecho.
En esos momentos, cuando cobramos conciencia de la existencia de esa persona como alguien que significa tal “algo” para nosotros, los problemas pasan a segundo plano. Las cosas cotidianas cobran otra dimensión, las distancias otro sentido. El tiempo incluso transcurre distinto.
De una manera incómodamente agradable y expectante.
Para ser conciso, todo se ve y se siente de otra manera cuando sucede. Cuando nos damos cuenta dentro nuestro de ese “alguien”.

Una de las luces rojas que había en el mar descendió y descendió hasta desaparecer. ¿Que carajo habría sido eso?, pensé, con un ligerísimo dejo de alarma. Mi mente dibujó la idea de un submarino. Ahí, maniobrando en la noche, haciendo valer el dinero de los que pagan impuestos....o en el caso de algún extranjero, vaya a saber dios que investigación.
¿Se estarían fijando por el periscopio en ese idiota que estaba sentado ahí frente a la costa, muriendose de frío en esa noche inclemente, pensando en las cosas que todos compartimos alguna u otra vez?.
La verdad, no lo sabía.

Me levanté y me acomodé la ropa, decidido ya a irme. Pensando en las historias que todos tenemos para contar. Y en las que salvo en ocasiones relativamente especiales como ese sábado lluvioso, a veces uno quiere, pero no puede narrar.
Esas en las que desgraciadamente el final vale mucho más que el comienzo...pero de las que cada uno de nosotros debe encontrar la esperanza para mirar hacia delante...