lunes, 22 de febrero de 2016

Ensoñación.

La fila desalojaba la sala por ese pasillo, que nunca antes se le habìa antojado tan estrecho. Conforme el paso de los años y la vida, el cine/teatro del centro habia ido empequeñecièndose en su mente, una imagen nutrida de experiencias en otros lugares y espacios, pero que aún asi no dejaba de fascinarlo luego de que las luces se encendìan al apagarse el proyector o bajaba el telòn.
Si habìa algo que le agradaba de esas proyecciones, era el salir a la vereda con ese leve efecto de ensoñaciòn que solo el cine podìa dar y que ningùna pantalla plana o de alta definiciòn podia imitar.
Con la mirada en las baldosas gastadas del lobby para evitar el saludo de rigor a conocidos, ganò la calle: otro fin de semana largo y el molesto pulular de turistas sin saber demasiado que hacer en la 3 atestada. Tamborileos estridentes de todo tipo y la sensaciòn de que "eso" que hacía a este pueblo tan característico se iba difuminando con el paso del tiempo y el cambio de costumbres.
Sonò el ringtone del telèfono. A un par de calles estaba el bar de siempre. Su mistica reflotada a pulso de videos en HD y un par de amigos con los cuentos usuales lo esperaban: un sabado màs.
La apariciòn de uno de esos personajes que no se veìan hacìa tiempo y del que se extrañaban sus invitadas seriales de cerveza a precio estirado, cambiò sus planes de irse a la cama relativamente temprano.
Horas despuès salió del local, pasando al lado de otros bares de generos distintos mientras su cabeza recorrìa los recuerdos de cada uno de los pasos que daba hacia su casa. Cada metro tenìa uno particular. Por eso esas calles eran su hogar, como el de tantos otros.
Podìan cambiar los edificios, el pavimento, los letreros y la mùsica, pero con un poco de suerte, si se escarbaba un poco, se convenciò que a pesar de todo, la esencia era la misma. 
Tenìa que serlo.
Con el punteo de un bajo de unos 80`s no tan lejanos aùn retumbando en sus oidos, gracias al eclecticismo desafiante del DJ, se alejo del ruido y subiò la loma del centro ahora semidesierto.
Un par de perros olisqueaban los tarros de basura. Preparandose para el banquete de madrugada al pasar de unos pocos autos que volvìan a sus casas despuès de una noche terminada.
La niebla de ese verano tardìo que no terminaba de dar paso al otoño le hizo recordar el pasaje de la pelicula que habìa ido a ver.
No era tanto el argumento lo que le atrajo, una madeja de a ratos inenteligible de pareceres existenciales tan en boga hacìa un par de decadas en el cine nacional, sino las instantaneas moviles de ese tiempo que apenas podìa recordar y como tantos, añoraba secretamente.
Los autos estacionados tenìan algo que la propia niebla colaboraba a sostener. No podìa precisar bien, como tampoco podìa ser exacto en cuanto a la cantidad que habìa bebido hasta hacìa solo unos momentos. Pero la familiaridad de lo que lo rodeaba lo hacìa sentirse comodo y a la vez inconscientemente agradecido del momento que estaba viviendo. No era algo comùn en esos tiempos.
El ruido de un arranque fallido de motor captò su atenciòn a lo lejos. El unico auto que intentaba moverse era ese tan familiar de lineas agresivamente redondeadas. Lo habìa visto hace muy poco, y ahora volvìa a cruzarselo.
No le extrañó ver en el asiento del conductor del Carabela a ese tipo delgado y desgarbadamente elegante, tan atemporal como el automovil, luchando por encenderlo. Ambos sabiendo que de manera inutil.
Con la vista obnubilada buscò a la bailarina y al futuro delincuente, pero no pudo verlos por ningùn lado. Solo habìa un par de autos viejos y unos carteles de neòn de los que ya no se veìan mas.
El Flaco y El cruzaron miradas, sabiendo que no podìan ayudarse. Solo hubo un saludo de esos leves, como los que se dan dos viajeros que se cruzan en medio de ninguna parte.
Siguiò su camino hacia el sur, mientras el discordante ruido del motor del Carabela que luchaba por encenderse se alejaba y el distraìa su mirada con un paisaje ido. Locales que ya no estaban y luces con nombres volvìan a brillar solo en recuerdos.
No supo cuando, pero el amanecer disipò la niebla y con el vino la gris familiaridad de lo cotidiano, junto con el gruñido de su alma al frente a esa estatua que le recordaba al conductor varado y a la mediocridad de aquellos que quieren poner en bronce un sonido.