Mediodía soleado,
de ráfagas templadas. De esas del este, que presagiaban tormentas.
Cien pasos, solo cien, o ciento diez. El eco del sonido de las olas rebotaba
entre las paredes de los edificios. Una discordante sinfonía danzando entre la
mezcla abigarrada de estilos de cada construcción.
Caminaba despacio, con una cautela extraña y no del todo comprendida aún por el
mismo..
Necesitaba ese momento, la pequeña dosis de todos los días, parte de un pasado
y una normalidad muy fresca, pero que al decir de muchos, ya había desaparecido.
O eso decían los de los noticieros.
La arena se arremolinaba con el viento sobre las cuarteadas maderas de la
rambla. Algunos clavos sobresalían de sus bordes. Las manos que solían
mantenerla, hacía un tiempo que no le dedicaban sus atenciones.
Cincuenta pasos más, mirando hacia los costados, atento a novedades. Tensión en
aumento: un motor carraspeando por la avenida. Demasiado maltratado y un poco antiguo.
Aún para un patrullero.
Veinte pasos más, casi a la carrera, ya pisando las tablas de pino. La vista
hacia el norte y al sur, y una fuerte inspiración, con ganas de arrojar el
tapaboca a cualquier parte.
Nadie a la vista. En otro momento hubiera sido un signo de tranquilidad, de un
interno lapsus de egoísmo y disfrutable fortuna. Una carencia de intrusos cada
vez mas extraña conforme los tiempos iban pasando y las personas iban
escogiendo su hogar como destino.
El gris azulado del mar captó su atención como en cada ocasión en la que había
puesto los pies en esa playa. Esa compleja atracción hipnótica de aquello que
siempre se movía, yendo y trayendo todo lo imaginable a esas costas.
Sonrió ante la ironía: la peste había venido por aire y no por mar. Y mientras
avanzaba por la rambla concluyó que cualquier cosa venía bien para arrancar una
sonrisa oculta.
Enfilando hacia el sur caminó lentamente, con el gris sinsabor de que tan pequeño acto
se sintiese como un desafío.
Las ventanas de
los edificios costeros parecían tener miles de ojos. Dandole la espalda al mar
se quedó observándolas, y sintió como una sensación agria se abría paso entre
la incomodidad y la tensión.
Nadie estaba totalmente en lo cierto, ni el ni ellos, pensó. Y siguió con sus pasos hacia el sur.
A lo lejos una figura comenzó a hacerse cada vez mas visible, casi chapoteando entre la espuma. Pasos lentos, andar cansino, y un viejo sombrero de ala ancha casi volándose por el viento cubriéndole el rostro moreno y ajado por décadas de sol playero.
No se conocían, pero inclinaron la cabeza en un saludo cómplice, reconfortados por la lejana compañía de uno y otro. De no ser los únicos.
Y así siguieron sus pasos, dos extraños, dos rebeldes de un extraño sentido común.