domingo, 24 de julio de 2011

Pacto

27 años. Janis Joplin, Brian Jones, Hendrix, Kurt Cobain em mi adolescencia, y ahora, más de viejo, veo irse a Amy Winehouse.

Para ser honesto creo que esperaba este desenlace. Uno en un punto casi está acostumbrado a ver hundirse alguna celebridad y luego de varias recaídas, verla resurgir por obra y gracia de las clinicas de desintoxicación y el talento de un buen manager. Pero cuando lo inevitable sucede, no deja de ser un poco shockeante.

Soy de los que creen que con el arte y el tiempo siempre viene una mística. Y con la mística, el misterio.

Quizás en casos como estos, la leyenda haga más atractiva una tragedia personal.


Y cuenta una de estas que hace más de 80 años, Robert Johnson, un granjero del Sur de USA, caminó hacia el cruce de las rutas 61 y 49 en Clarksdale, Mississippi. Allí encontró una guitarra y al momento un hombre negro, alto y corpulento apareció. Tomó la guitarra, la afinó y se la entregó el buen Robert, que luego supo decir que se trataba del mismísimo Diablo.

Por un buen par de años Johnson (que anteriormente era un decente ejecutante de armónica y un mediocre guitarrista) revolucionó el Blues con un punteo inigualable y renovador, hasta que murió envenenado luego de beber de una botella de whisky a la que un marido celoso le había vertido estricnina.

Era 1938, y sólo tenia 27 años.

Desde esa muerte, 27 años es la edad maldita para aquellos que "eligen" el "It´s better to burn out, than fade away" del que hablaba Neil Young, uno que pasó los 27 hace rato.


La muerte de un artista siempre es una tragedia, porque se trata de alguien que dió alegría y conmovió sin pedir demasiado a cambio. A lo sumo un par de dólares por un disco, o entrada a concierto, ya que el negocio se les está terminando lentamente, pobrecitas discográficas.

Pero las tragedias atraen. Como atrae la vida de ese artista, su vida interna, sus procesos y esos fantasmas que lo llevan al abismo.

Y cuando se trata de sentires y sentimientos como los que genera la música, no me molesta dejar el racionalismo a un lado y creer un poco. Los misterios modernos enriquecen la leyenda, la agrandan y hacen que el legado de ese artista sobreviva en estos tiempos en que todo se pierde tan rápido.

Es por eso que, de alguna manera, me gusta "mentirme" y creer. Aunque con esto tenga puntos en comun con esas viejas pacatas que hablaban del rock como "Esa Música Satánica".

Porqué de alguna manera, de alguna enrevesada manera, perdida entre acordes distorsionados, letras furiosas y poesía moderna, no me molesta pensar que, cada tanto surge un sonido doloroso y revolucionario que marca una época o deja una huella. Y quizás en él, un poquito apenas, Mandinga metió la cola...