miércoles, 27 de febrero de 2008

Walcott

La lista era escupida por la achacosa impresora. Un aparato amarillento, viejo recuerdo de una época en la que el presupuesto de la oficina presagiaba un futuro brillante.
Con un dejo de furia reprimida, Charlton tomó la hoja y comprobó nuevamente que sus dedos regordetes se habían manchado de tinta.
Pero aún asi no renunció al delicioso café expresso que sostenía con la izquierda al ver la cara de frustración de los dos hombres que se acercaban a su escritorio con vista al Parlamento y al rio.
El primero se sentó en uno de los sillones del otro lado del cansado jefe, casi sin pedir permiso. El segundo, más joven pero aún asi conocedor de los códigos tácitos esperó unos segundos para hacer lo mismo.
Charlton esperó que la secretaria cerrara la puerta para hablar. Siempre había sido un pesimista.
-¿Y bien? –
Ferris se encogió de hombros. No necesitaba al bien actuado jugador de poker que tantas otras veces habia encarnado para salvar su puesto. Al menos le debía a Charlton ese puesto.
- De la lista de cuentas que le enviamos mientras veníamos en camino, no sacamos mucho. - dijo.
El hombre del escritorio acomodó su pesada humanidad sobre su sillón y puso sus ojos en la hoja que a duras penas acababa de imprimir.
-Nada…-
El novato quiso hacer valer su presencia en esa oficina y decidió hablar.
-Es solo lo que pudimos encontrar en un principio. Creo que hay algunas líneas que podemos seguir y que podrian darnos...-
La mirada de hastío de Ferris encontró ojos cómplices en el jefe.
- Hijo, después de todo lo que buscamos, de todo lo que revolvimos…y solo sacamos en limpio esa puta lista de cuentas…- dijo Ferris, casi bostezando.
Charlton giró con la silla y dirigió la vista al enorme edificio gótico al otro lado del río.
- Sábíamos que esto iba a suceder. Que podía suceder. Nos hemos vuelto viejos, Jock.-
Se paró y le dio un último sorbo al café cubano que tenía en la mano izquierda. Los ojos grises no despedían emoción alguna. Solo parecían aceptar lo que en un pasado pudo ser evitable.
-Hay que reconocer que el bastardo supo manejarse.-
-Hubo algo que me llamó la atención, señor- dijo el novato.
- No me sorprendería que un papel colgado del techo le llamara la atención, Bellow.-
El larguirucho pelirrojo intentó hacer caso omiso del concepto que su jefe tenía de el. Pero en su fuero interno se resignó a no dejar de ser lo que había sido destinado desde la Universidad.
-Fíjese en la tercera cuenta de la lista, señor. Está a nombre de una tal Alicia Soulcrest. La rastreamos y vive en el East End. Fui a verla hoy a mediodía.-
- ¿De casualidad Walcott no estaba ahí tomando té?- inquirió el jefe. La sorna se le había vuelto carne desde hacía tiempo.
-Es una chica, me hace acordar a mi prima. Vive en un duplex. Un poco caro para lo que puede ganar en la escuela en la que da clases de música.-
Tomó de su gastado portafolio verde un par de fotos recién impresas y las puso sobre la mesa de roble. Algo movidas y mal iluminadas, era evidente que el fotógrafo estaba haciendo sus primeras armas en la observación subrepticia. Aún así dejaban ver a Alicia Soulcrest caminando de la puerta de la casa a su pequeño automóvil, con un niño en brazos.
La impericia de quien manejaba la cámara no pudo borrar los rasgos de la joven.
Ferris aprovechó la forzada confianza con Charlton y lanzó uno de sus famosos comentarios lascivos. Los otros dos ocupantes de la oficina fingieron no escucharlo. Uno por decoro y el otro visiblemente ofendido.
-¿Le dijo algo?-
- Estaba saliendo para el trabajo cuando crucé. El puesto de vigilancia está enfrente, en un tercer piso, casi sobre la esquina; parece ser un buen lugar, porque podemos ver el fondo. Hay solo un tendero de ropa y un par de juegos para el niño.
-¿Asi que nuestro Edward es el padre?-
Era evidente que Bellow quería ganar puntos aún cuando el castillo se desplomaba.
-No lo creo, señor. A menos que fuese negro. El tiene los rasgos y ojos de su madre pero una tonalidad de piel oscura. Ella me dijo que el padre vive en Holanda y es pintor. Lo chequeamos. Hace meses que no se ven. Al menos no hay registro de salidas.-
-¿Y el dinero?-
Ferris se afirmó en en sillon y se apresuró a hablar.
-Rastreamos un par de transferencias hechas desde una cuenta del Northern Rock a la que este caramelito tiene en el Barclays. Hubo movimientos de 2000 libras mensuales desde julio pasado.-
-Es nada, considerando lo que Eddie se llevó en efectivo.-
-Pero desde que desapareció encontramos dos cuentas, una numerada en Suiza y otra a nombre de la hermana de Soulcrest en Liechtenstein. La primera es de alrededor de 400.000 libras y la ultima aun no tenemos el monto. Hannah Soulcrest se mató en un accidente de ruta hace 10 años, asi que Alicia debe ser la beneficiaria.- siguió Ferris, mientras masajeaba su pierna derecha, victima de la cruel humedad.
-Está bien. Es lo que sabemos por el momento. ¿O hay algo mas?- dijo Charlton.
Siempre se trata de lo que sabemos, de apropiarte del trabajo de los demas. Ferris había aprendido a callar. Pero su mente no.
-No por ahora. Pero vamos a seguir con la pequeña Annie. Es la única conexión real que tenemos con Walcott.-
El jefe miró sus manos manchadas de tinta. Y levantó los ojos para buscar a Bellow.
-Muy bien, señor Bellow, por favor dejenos solos. Está haciendo un buen trabajo.-
El más joven de los tres se levantó del sillón y sin decir palabra abandonó la habitación.
-¿Sigue sin aparecer el cuerpo?-
-Los de la hostería dijeron que salió a navegar en el río y no apareció. Encontraron el bote varias horas después. A la deriva; faltaba un remo. Lo hallaron varias horas después. Lo raro es que llevaba una mochila, y estaba en el bote.-
-Y no parecía faltar nada…-
-Nada que cuya falta pudiese servirnos, señor.- dijo Ferris, negando con la cabeza.
Charlton suspiró, dando la muestra de debilidad que muchos subalternos temen ver en sus líderes.
-Nos tiene. A nosotros, al dinero, la lista, y el lugar. Y nosotros no tenemos nada.-
Ferris esperó un momento en silencio. Esperando la imperceptible señal de su jefe que le permitiera dejar la opresión de esa oficina en donde todo ese fracaso se habia gestado.

John Ferris bajó por el ascensor, salió por el amplio vestíbulo del imponente edificio hacia una tarde soleada. Con frecuencia sus superiores dependían de el y de su inventiva para tomar medidas rápidas en situaciones que lo requirieran. Pero en este caso no había nada que hacer, salvo esperar. Y eso, a sus casi cinco décadas, lo angustiaba terriblemente.
Edward Walcott se había ido. Había desaparecido. Y no lo había hecho como solían hacer con esa gente allá en el Sur del mundo, donde le habían volado parte de su rodilla y de su vida hacía una vida ya.. El lo había hecho por motu propio. El viejo Eddie…uno de los muchachos…¿Un ataque de conciencia quizás?. La venganza parecía fuera de lugar…porque Eddie no le había hecho ningún mal a nadie antes.

Charlton esperó un rato e hizo lo mismo, encontrando que el sol comenzaba a bajar rápidamente. Miró sus manos manchadas de tinta e insultó por lo bajo, de una manera que en tiempos pasados hubiese resultado impropia para alguien de su clase.
Interiormente no se engañaba y sabía bien a qué estaba insultando. No se trataba de a quien.
El exceso de celo causaba esas situaciones. Uno las lamentaba después.
Sin pensarlo, el viejo jefe miró a su alrededor, tratando de encontrar lo que no debía verse, pero que podía estar allí.
Su teléfono celular vibró en ese momento…y dejó de hacerlo justo cuando pudo abrirlo.
Nerviosamente recorrió con la vista toda la calle.
Creyó ver al otrora confiable Walcott en un ómnibus rojo que pasaba, bajando al metro de espaldas con su arrugado abrigo gris de funcionario y sentado frente al río.
Siempre viendo, siempre juzgando. Siempre sabiendo.

Si el silencio era una cualidad en la profesión que había elegido, Chris Bellow habia aprendido a manejarla con gran rapidez. Mientras subía los escalones del subterráneo hacia el pequeño anexo al lado de la casa de sus padres, pensó en el desaparecido Walcott y la joven beneficiaria del dinero sustraido. Pero también en el enfermizo Ferris y en su jefe.
La llamada del Control de Fronteras de en un puerto de la costa que había recibido esa misma tarde, sobre una coincidencia en el sistema de reconocimiento de rostros, se perdería en la maraña burocrática.
Hizo unos pases de futbol con varios de los chicos del vecindario y pasó por el pequeño callejón al cual siempre le dedicaba una mirada.
Aquel viejo graffiti punk en aerosol negro seguía incólume desde hacía varias décadas, lo que para el equivalía a toda la vida.
No Hay Futuro. Solo eso decía…