lunes, 4 de junio de 2012

Lectora

Como tantas otras veces, su amigo parecía perdido en una interminable lucha con su computadora portatil, lo que en ocasiones hacían esas reuniones fuera del trabajo una continuación forzada del mismo.
El también la habría notado, porque compartían cierta capacidad de percepción, de no haber mediado las vicisitudes de la tecnología. Y para su eterno enojo, ella solía decirle que era su parte mas femenina.
Había comenzado a observarla luego de que la notara mover sus brazos en el aire, sus ademanes algo exagerados mientras hablaba por el teléfono celular le recordaron a una mala actriz de telenovelas.
Deslizó elegantemente un dedo por la pantalla y cortó la comunicación. Una pequeña taza de espresso le servía de compañía al gastado volumen que parecía leer con suma atencion antes de recibir la llamada.
En los minutos anteriores a que ese teléfono sonara con la vieja versión de The Passenger de Siouxsie and The Banshees, ella se habia entretenido mirando los gestos de la joven que, ligeramente encorvada, paseaba sus ojos por las líneas de texto amarillentas. En poco tiempo pasaba de la seriedad al desagrado, a veces sus cejas se elevaban con asombro o una pequeña mueca de gracia se dibujaba en sus labios.
En un momento sus ojos se detuvieron y instantaneamente cerró el libro.  Se reclinó sobre la silla de metal y se quedó mirando el cuidado cesped de la plaza contigua detrás de los ventanales del bar. El sol comenzaba a caer cada vez mas rápido y la joven había captado su atención al punto de no prestar atención a los insultos en dos idiomas que el joven que tenía enfrente dirigía a su máquina, mientras por un motivo u otro la cerveza que ambos bebían perdía su efervescencia.
Minutos después, una pareja de la misma edad entró rapidamente al bar y se sentaron frente a la joven que leía, saludandola afectuosamente. Sorbiendo lo poco que le quedaba de la pinta de Stella Artois, notó  que sus modos cambiaban y su sonrisa y gestos se tornaban calidamente protocolares. Antes sinceros y ligeramente deshinibidos, se volvían calmados y socialmente convencionales.
Su amigo cerró la computadora con un dejo de hastío y le dijo que mejor volvía a la oficina a intentar algún tipo de back up. Ella pagó lo de los dos, se levantó y se acercó a la puerta de vidrio mirando a la joven con un sentimiento parecido a la pena.
En un momento la chica reparó en la mujer que la observaba y sus miradas se cruzaron por unos segundos, como creyendo reconocerse de alguna manera.
Cuando salió al atardecer, el la esperaba, computadora en mano.

- Siempre me pregunté cuanto dejamos atrás cuando nos subimos a la historia de otros. Eso es lo bueno de ser un cerdo egoísta...- le dijo.
Ella sonrió. Con los años, el solía tener razón.