Como tantas otras veces, su amigo parecía perdido en una interminable
lucha con su computadora portatil, lo que en ocasiones hacían esas
reuniones fuera del trabajo una continuación forzada del mismo.
El
también la habría notado, porque compartían cierta capacidad de
percepción, de no haber mediado las vicisitudes de la tecnología. Y para
su eterno enojo, ella solía decirle que era su parte mas femenina.
Había
comenzado a observarla luego de que la notara mover sus brazos en el
aire, sus ademanes algo exagerados mientras hablaba por el teléfono
celular le recordaron a una mala actriz de telenovelas.
Deslizó
elegantemente un dedo por la pantalla y cortó la comunicación. Una
pequeña taza de espresso le servía de compañía al gastado volumen que
parecía leer con suma atencion antes de recibir la llamada.
En los
minutos anteriores a que ese teléfono sonara con la vieja versión de
The Passenger de Siouxsie and The Banshees, ella se habia entretenido
mirando los gestos de la joven que, ligeramente encorvada, paseaba sus
ojos por las líneas de texto amarillentas. En poco tiempo pasaba de la
seriedad al desagrado, a veces sus cejas se elevaban con asombro o una
pequeña mueca de gracia se dibujaba en sus labios.
En un momento
sus ojos se detuvieron y instantaneamente cerró el libro. Se reclinó
sobre la silla de metal y se quedó mirando el cuidado cesped de la plaza
contigua detrás de los ventanales del bar. El sol comenzaba a caer
cada vez mas rápido y la joven había captado su atención al punto de no
prestar atención a los insultos en dos idiomas que el joven que tenía
enfrente dirigía a su máquina, mientras por un motivo u otro la cerveza
que ambos bebían perdía su efervescencia.
Minutos después, una
pareja de la misma edad entró rapidamente al bar y se sentaron frente a
la joven que leía, saludandola afectuosamente. Sorbiendo lo poco que le
quedaba de la pinta de Stella Artois, notó que sus modos cambiaban y
su sonrisa y gestos se tornaban calidamente protocolares. Antes
sinceros y ligeramente deshinibidos, se volvían calmados y socialmente
convencionales.
Su amigo cerró la computadora con un dejo de
hastío y le dijo que mejor volvía a la oficina a intentar algún tipo de
back up. Ella pagó lo de los dos, se levantó y se acercó a la puerta
de vidrio mirando a la joven con un sentimiento parecido a la pena.
En
un momento la chica reparó en la mujer que la observaba y sus miradas
se cruzaron por unos segundos, como creyendo reconocerse de alguna
manera.
Cuando salió al atardecer, el la esperaba, computadora en mano.
-
Siempre me pregunté cuanto dejamos atrás cuando nos subimos a la
historia de otros. Eso es lo bueno de ser un cerdo egoísta...- le dijo.
Ella sonrió. Con los años, el solía tener razón.