sábado, 25 de septiembre de 2010

Trinchera

Los momentos de descanso eran preciados. Y su tiempo en ese sector del frente le había enseñado a aprovechar cada instante en el que su atención no se centraba en mirar y apuntar hacia el Este. A esperar, ya sea los pasos que provenían de aquellos que querían su pequeño, barroso y miserable pedazo de Occidente, o los gritos de los oficiales que ordenaban a el y a los suyos saltar hacia lo Inevitable.
Había llegado a la conclusión de que la veteranía ya le era propia. Y no se basaba en las barras que había cosido toscamente hacia unas semanas en la manga de su húmeda chaqueta del uniforme.
Basaba esa veteranía en algo parecido a un proceso de avejentamiento. A fin de cuentas, Veterano y Viejo, eran dos palabras que provenían de la misma raiz.
Con el correr de los meses, ciertas actitudes y comportamientos se habían hecho carne en el. Y en eso, consideraba, se basaba su supervivencia, o como algunos dilentantes solían llamarle, permanencia. Al menos había tenido una educación lo suficientemente esmerada como para haber llegado a darse cuenta de la raiz de esas dos palabras. Muchos de los que lo rodeaban jamás habían tenido esa suerte, y era ya poco probable que pudieran llegar a tenerla. Los estampidos y los zumbidos que afortunadamente ese día se escuchaban en la relativa lejanía, solían encargarse de eso.
Se sentó en el piso de la ancha trinchera, una chapa acanalada crujió ligeramente al sentir el peso de su espalda, desalojando un poco de tierra a los costados apuntalados por una de las miles de tablas de madera que formaban ese extraño y sinuoso camino.
Bebió un sorbo de agua de la cantimpora y se quedó observando el cielo. En ese día era límpido y soplaba una ligera brisa, que como de costumbre traía el olor acre de la cordita, desde el sur.
Aunque siempre era mejor que viniera desde allá, que tener que olerlo como tantas veces, en las cercanías.
Cambió su visión hacia la derecha. Dos de los hombres a su cargo, casi unos niños, se divertían con un par de dados. Hacía solo un par de años, podía imaginarlos, probablemente estaban haciendo lo mismo en alguna calle ruinosa de un pueblo industrial, solo cruzando el buen Canal que mantenía a su viejo Imperio casi a salvo.
¿O no eran ellos los que lo mantenian en pié, en su laberintico y mugriento reducto?.
Un insulto chistoso que vino detrás suyo tuvo el buen tino de hacerlo olvidar sus cavilaciones sociopoliticas.
No se consideraba desdichado. Había decidido estar en ese lugar voluntariamente hacia años. Aunque ahora el porqué de su decisión se había difuminado mientras las experiencias se acumulaban y todo transcurría, monótono y salpicado de instantes violentos.
Con el tiempo había aprendido a disfrutar esos pequeños momentos de tranquilidad, como el té caliente en el hornillo mientras los otros charlaban, o como esa tarde, el relativo silencio de las armas a lo lejos .
Había sido un individuo relativamente conversador, en tiempo pasado. Ahora se dedicaba a escuchar y observar, de vez en cuando a comentar algo haciendo uso de un filoso humor que se hacía mas punzante con el tiempo y la barrosa experiencia.
Sintió unos pasos rápidos que chapoteaban sobre uno de los escasos charcos que habían quedado de una tormenta pasajera. Por acto reflejo tomó su Enfield, se lanzó contra la pared opuesta del pasaje y apuntó hacia el Oeste.
Segundos después los dos chicos de los dados hicieron lo mismo.
Por unos interminables momentos pensó que había visto incursores, y el sonido de los pasos se desdibujó en su mente como si fuesen cientos de ellos.
Su rifle se quedó fijo hacia el frente, mientras sus ojos vigilaban despacio cada crater, cada continuación de sendero, cada árbol destrozado.
Los pasos que se acercaban resultaron ser de uno de los mensajeros, que recibió una catarata de insultos cuando saltó hacia la relativa seguridad de la trinchera.
Bajó el Enfield, inmaculado pese a todo y volvió a su rincón del laberint, e intentó dormir.
Horas después se recompuso al oir a un oficial reuniendo a un grupo para intentar una incursión. El acento altisonante de clase alta lo predipuso mal para la acción.
Se paró y caminó hacia el Oeste, como desentendiéndose de la falta de criterio.
Minutos después la artillería comenzó a arreciar cerca de su porción de sector y mientras la tierra temblaba y el aire rugía, pensó en el oficial y sus incursores.
El y su rifle, a esa altura del partido, estaban mejor dentro de la trinchera.