lunes, 25 de octubre de 2010

Madrugada de Domingo..

Recordó la extraña y agradable sensación de esa última vez en que cometió el repetido error de beber en exceso, y había terminado allí. Sentado como un monje, meditando en el balcón del viejo edificio.
La noche estaba lejos de ser primaveral, pero el frío letal de la ultima ocasión no había hecho su aparición. De todas maneras la manta y los cinco vasos de White Russian, ingeridos hacía horas, inhibían en gran parte el viento gélido que el mar traía del sur.
Dos pisos mas abajo, la noche continuaba sin El ni quienes lo acompañaban. Los demás durmiendo pesadamente puertas adentro.
Durante unos minutos la atmósfera se sintió atemporal. Podía haber sido esa misma noche o hace 10, 20 o 30 años. Solo los detalles lo regresaban a su época.
Miró hacia su izquierda y de la esquina vio salir una pareja, a paso raudo, del hotel alojamiento en la vereda opuesta. De lejos pudo distinguir la sonrisa picara y callejera del joven de campera, pantalones deportivos y corte al cero que llevaba de la mano a su probable ocasional pareja. Ella intentaba apurar el paso mirando hacia el piso, luchando en sus botas caras y su aire de doctora culpable.
A fin de cuentas...ella era tan humana como el.
Una nausea, producto del vodka barato con el que había perpetrado los tragos, se hizo sentir justo cuando la Pareja dobló la otra esquina y desapareció.
Sentía que mil agujas se le clavaban en la cabeza. Miró hacia el cielo y notó que estaba cada vez mas claro. Una gélida ráfaga del sur lo hizo arrebujarse en la manta.
De pronto la letra y melodía de una vieja canción de The Smiths comenzo a repetirse una y otra vez en su mente. La ligera y británicamente llorosa voz de Chris Martin cantando un pegadizo cover de Stop Me If You Think you Heard This One Before lo retrotraían a hace unos cuantos años en su propio pasado.
No por nada, concluyó, las mañanas de domingo son tan inspiradoras para los músicos como los sábados que las preceden.
Morrissey merecía una catarata de insultos por su vil genialidad.
De a ratos se sentía un espectador de la noche que iba desapareciendo. Miró hacia la derecha y encontró a una platinada Mujer de la Calle. Esperando parada algún ocasional cliente abajo del alero de otro edificio.
Los personajes se potenciaban con la noche. Solo dos minutos después apareció el Gordo, vestido de azul y miles de rulos en la cabeza, caminando rápido hacia la Mujer de la Calle.
Se detuvo a unos cautelosos cinco metros y entabló un interesado díalogo.
Quizás la Mujer se tuviera en alta estima y reclamara una suma exorbitante por disfrutar de sus servicios..o fuera algo así como un espectro nocturno, porque a los pocos segundos el timorato Gordo dio media vuelta y desapareció hacia la costa, irremediablemente solo.
Lo mismo sucedió con los Dos Amigos y el Taxista. Quizás hubo mas personajes, pero otra escena capturó su alcoholizada atención, alejandolo un poco de la sordidez universitaria que inundaba toda la escena.
Justo enfrente de su balcón se hallaba un monolítico bloque de departamentos que empequeñecía el setentoso edificio desde el cual observaba todo. El remise frenó justo delante de la marmórea entrada.
Bajó sola. Cruzó rápido la vereda y se detuvo en el umbral mientras hurgaba en la cartera negra, hasta que encontró el llavero.
Desde el balcón la vió. Su mente abotagada viajó por el tiempo y la distancia. Tiempos y distancias que quizá no eran tales. Que podían resumirse en una esperanza y porqué no en un "Longshot", o la palabra que mejor se adaptara en castellano a esos intentos con mucho de desesperación y contra todas las probabilidades.
No sería la primera vez en su vida que un "Longshot" alcanzara su blanco.
Se asomó al balcón y gritó un nombre de mujer, el primero que le vino. Uno lo suficientemente común y a la vez lo suficientemente raro como para captar la atención de la Chica.
Ella se volvió y lo miró unos segundos. Desde lejos el podía captar cierta curiosidad y la duda.
En esos momentos cobró consciencia de la realidad. Sentado en una silla, en ropa interior y enfundado de una manta, se convirtió en otro de los personajes que circulaban en esa noche que ya se extinguía...

sábado, 25 de septiembre de 2010

Trinchera

Los momentos de descanso eran preciados. Y su tiempo en ese sector del frente le había enseñado a aprovechar cada instante en el que su atención no se centraba en mirar y apuntar hacia el Este. A esperar, ya sea los pasos que provenían de aquellos que querían su pequeño, barroso y miserable pedazo de Occidente, o los gritos de los oficiales que ordenaban a el y a los suyos saltar hacia lo Inevitable.
Había llegado a la conclusión de que la veteranía ya le era propia. Y no se basaba en las barras que había cosido toscamente hacia unas semanas en la manga de su húmeda chaqueta del uniforme.
Basaba esa veteranía en algo parecido a un proceso de avejentamiento. A fin de cuentas, Veterano y Viejo, eran dos palabras que provenían de la misma raiz.
Con el correr de los meses, ciertas actitudes y comportamientos se habían hecho carne en el. Y en eso, consideraba, se basaba su supervivencia, o como algunos dilentantes solían llamarle, permanencia. Al menos había tenido una educación lo suficientemente esmerada como para haber llegado a darse cuenta de la raiz de esas dos palabras. Muchos de los que lo rodeaban jamás habían tenido esa suerte, y era ya poco probable que pudieran llegar a tenerla. Los estampidos y los zumbidos que afortunadamente ese día se escuchaban en la relativa lejanía, solían encargarse de eso.
Se sentó en el piso de la ancha trinchera, una chapa acanalada crujió ligeramente al sentir el peso de su espalda, desalojando un poco de tierra a los costados apuntalados por una de las miles de tablas de madera que formaban ese extraño y sinuoso camino.
Bebió un sorbo de agua de la cantimpora y se quedó observando el cielo. En ese día era límpido y soplaba una ligera brisa, que como de costumbre traía el olor acre de la cordita, desde el sur.
Aunque siempre era mejor que viniera desde allá, que tener que olerlo como tantas veces, en las cercanías.
Cambió su visión hacia la derecha. Dos de los hombres a su cargo, casi unos niños, se divertían con un par de dados. Hacía solo un par de años, podía imaginarlos, probablemente estaban haciendo lo mismo en alguna calle ruinosa de un pueblo industrial, solo cruzando el buen Canal que mantenía a su viejo Imperio casi a salvo.
¿O no eran ellos los que lo mantenian en pié, en su laberintico y mugriento reducto?.
Un insulto chistoso que vino detrás suyo tuvo el buen tino de hacerlo olvidar sus cavilaciones sociopoliticas.
No se consideraba desdichado. Había decidido estar en ese lugar voluntariamente hacia años. Aunque ahora el porqué de su decisión se había difuminado mientras las experiencias se acumulaban y todo transcurría, monótono y salpicado de instantes violentos.
Con el tiempo había aprendido a disfrutar esos pequeños momentos de tranquilidad, como el té caliente en el hornillo mientras los otros charlaban, o como esa tarde, el relativo silencio de las armas a lo lejos .
Había sido un individuo relativamente conversador, en tiempo pasado. Ahora se dedicaba a escuchar y observar, de vez en cuando a comentar algo haciendo uso de un filoso humor que se hacía mas punzante con el tiempo y la barrosa experiencia.
Sintió unos pasos rápidos que chapoteaban sobre uno de los escasos charcos que habían quedado de una tormenta pasajera. Por acto reflejo tomó su Enfield, se lanzó contra la pared opuesta del pasaje y apuntó hacia el Oeste.
Segundos después los dos chicos de los dados hicieron lo mismo.
Por unos interminables momentos pensó que había visto incursores, y el sonido de los pasos se desdibujó en su mente como si fuesen cientos de ellos.
Su rifle se quedó fijo hacia el frente, mientras sus ojos vigilaban despacio cada crater, cada continuación de sendero, cada árbol destrozado.
Los pasos que se acercaban resultaron ser de uno de los mensajeros, que recibió una catarata de insultos cuando saltó hacia la relativa seguridad de la trinchera.
Bajó el Enfield, inmaculado pese a todo y volvió a su rincón del laberint, e intentó dormir.
Horas después se recompuso al oir a un oficial reuniendo a un grupo para intentar una incursión. El acento altisonante de clase alta lo predipuso mal para la acción.
Se paró y caminó hacia el Oeste, como desentendiéndose de la falta de criterio.
Minutos después la artillería comenzó a arreciar cerca de su porción de sector y mientras la tierra temblaba y el aire rugía, pensó en el oficial y sus incursores.
El y su rifle, a esa altura del partido, estaban mejor dentro de la trinchera.

miércoles, 21 de julio de 2010

Llamada Perdida

Por décima vez en el día se fijó en los datos de la llamada. La pantalla gastada del I-phone volvía a repetir lo que su mente ya sabía de memoria. 9:44 de la mañana, y el nombre de Ella.
El horrendo ruido del tono de llamada, una fiel imitación de un teléfono de campanilla de los años 50´, había cumplido con su objetivo de disuadirlo de contestar...junto con el haber dejado tirado el aparato en la alfombra del pequeño living.
Semanas atrás, presa de un ataque de independencia, había quitado el segmento de Crazy de Aerosmith que personalizaba cada llamada de Ella y lo había reemplazado por uno de los tonos por defecto del teléfono. Una de tantas pequeñas maneras de intentar asignar cierta igualdad a la situación.
Inútiles en el fondo, pero que al menos daban la impresión de querer dejar algo atrás. O alguien.
La enorme mochila verde esperaba en el sofá como un oso dormido. No recordaba haber olvidado nada de lo esencial. Su mente luchaba por creer la falsa idea de que era solo otro de los tantos viajes que había a esos lugares olvidados de la mano de Dios.
Lo irónico era que allí todo el mundo decía creer en El. Y era una de las razones básicas de todo el problema.
Pero su atención, libre casi de toda preocupación por los preparativos, se centraba en la llamada. Y en como una persona puede estar tan presente a pesar de todo lo que se había hecho y dicho. De todas las discusiones y planteos. Ella seguía estando allí.
Era un cumulo de recuerdos y sensaciones. Y ultimamente el tendía a olvidar los momentos finales de la relación. Como si la ausencia de gritos y amenazas sobreactuadas esa noche de la ruptura fuese solo una imagen periférica de lo que representaba su pareja.
Ella era temible cuando no alzaba la voz. Los dos lo eran. Y cuando los argumentos eran tranquilos y bien comunicados, solo cabía esperar un resultado duradero.
Lo extraño fue que el sentimiento de liberación que ahora experimentaba, no lo generó esa noche en la que hicieron el amor y se despidieron, sino el pasaje que tenia arriba de la pesada mochila. Las dos cosas formaban una imagen que de alguna manera contribuía a aliviarlo.
Y por raro que pudiera parecer, la llamada también, en parte.
Ató los cordones de sus botas y recorrió la pequeña casa, cerciorándose minuciosamente de que todo estuviera en orden para una larga ausencia. De todas maneras sus hermanos se encargarían de que eso se desmoronara en semanas.
Cada cuarto tenía un recuerdo de ellos como Pareja. Y se esforzó en evitarlos de su mente mientras caminaba.
Terminó y se sentó en el respaldo del sofá, el taxi estaba por llegar, calculó.
Miró como estaba vestido y cierta pena inevitable lo recorrió. Tanto allí como en su destino se veía como un extraterrestre con esos pantalones anchos y el moderno patrón de colores de su ropa. Pero era una buena estratagema de un hombre experimentado..para apelar al sentimiento patriótico de los empleados del aeropuerto y ganar su preferencia. Años de conflicto y las colas seguían siendo interminables.
En ese frente el y los suyos habían fallado, pensó..y nuevamente no volvió a importarle nada.
Escuchó la bocina del taxi sobre la calle y con una afirmada decisión tomó la mochila para dirigirse a la puerta. Puso el pasaje en uno de los interminables bolsillos de su casaca y salió al exterior. Raro como se sentía con el uniforme en su barrio, dedicó una mirada a toda la calle. Los hijos de sus vecinos jugaban en el patio con un numero interminable de autos y muñecos. Como el había hecho alguna vez, hacia miles de años. En otro mundo.
Cerró la puerta con dos llaves mientras su mente iba y venía pero sus pensamientos tenían un solo destino.
Estaba a solo dos pasos del taxi cuando escuchó, apenas perceptible entre el motor del taxi y los gritos de los niños de al lado, ese ruido de campanilla de teléfono de los 50´. Una y otra vez, desde el interior de la casa.
La experiencia no podía evitar que uno olvidara ciertas cosas.
Durante unos instantes pensó en correr y tirar la puerta abajo si la llave osaba no funcionar. No sería la primera vez. En su interior todo era un revoltijo de recuerdos, música, sensaciones y sentimientos. Y en sobre todos ellos, omnipresente, se hallaba Ella.
Haciendo uso de una enorme fuerza de voluntad de la que incluso se asombró de tener, miró al taxista y abrió la puerta trasera del auto.
Mientras el coche se alejaba, dejó que la duda de la nueva llamada permaneciera en la mesa del living, con el teléfono sonando al lado de ese portarretrato que nunca tuvo el valor de reemplazar
A diferencia de Ella, había aprendido a convivir con el principio de incertidumbre. Las palabras por decirse podían cambiar su mundo.
Pero mas adelante, quizás.

viernes, 16 de julio de 2010

Cruzando la esquina

Suspiró aliviado cuando llegó al asfalto. Los pozos que eran el regalo de cada tormenta a las calles de arena se convertían en la tortura de la suspensión de su algo maltratado auto. Pero si algo lo enervaba, era avanzar a paso de hombre por calles cuya oscuridad incitaban a pisar el acelerador.
Se acercó despacio a la esquina que daba a la avenida principal, pensando en que ya estaba llegando tarde, aunque su tardanza era algo autoimpuesto. Una cena a la que, sabía, llegaría primero.
Cerca de la avenida distinguió una silueta. Se trataba casi siempre del mismo proceso. Miraba atentamente hacia adelante hasta encontrarse con una imagen que conforme la distancia se acortaba, bien podía convertirse en algo familiar que terminaba por capturar su atención. O en el peor de los casos, alguna reminiscencia que le recordaba cierta tendencia a perseguir sombras en su mente.
En este caso los pocos metros que habían entre su auto que se acercaba a la avenida y ella no le dieron tiempo casi a disfrutar ese proceso de una manera completa,
Solo la vió unos segundos, cruzando la ancha calle bajo la luz mortecina de un farol. Su figura resaltaba sobriamente como en cada ocasión que podía recordar. El abrigo marron y los pantalones oscuros enfatizaban esa imagen. Miraba pensativamente hacia abajo mientras se acomodaba el rebelde flequillo castaño con sus delicadas y largas manos de pianista.
Por un ínfimo instante se preguntó que haría sola cruzando esa calle, entrando al enorme y vacío Café que aún permanecía abierto . Descartó la idea de la joven mujer solitaria tomando un cappuccino a altas horas de la noche en una ciudad desierta. Pero la imagen lo sedujo ligeramente. No en un sentido primario, sino en otro muy distinto.
Se preguntó como se enfrentarían los demás a la soledad. Especialmente luego de años de vivir de la manera contraria. Ese era un idioma que todos hablaban de maneras extrañas y ansiosamente complejas.
Dobló despacio hacia el norte por la avenida y, fiel a su instinto observador, dedicó una detallada mirada al Café. Solo había una pareja mayor sentada absorta en la pantalla plana de un televisor, mas las dos aburridas empleadas que se encargaban de cerrar. En el mostrador una de las ellas esperaba a la joven con dos envases de café grandes.
Volvió a centrar su atención en la despoblada avenida y aceleró para llegar a la cena. Una rara y sutil alegría comenzó a recorrer los recovecos de su mente. Por un momento clandestino había visto a una persona distinta a aquella que solía ver en reuniones de amigos. Habia algo que había cambiado.
Y más allá de la confusa niebla de la duda, no pudo ver nada parecido a la pena.
No estaba mal para un jueves gris....

viernes, 8 de enero de 2010

Lucy y 15 soluciones para la neurosis

Un mohoso cubiculo vacacional...

Era, como máxima esperanza, lo que le había tocado en suerte esta vez. Un rectángulo mal pintado de 30 metros cuadrados que había visto sus mejores momentos hacía mas de tres décadas.

Había depositado desganadamente sus pocos bartulos en el piso. Las seis horas de viaje en un mínimo e ignoto Suzuki habían sido tortuosas, tanto como correspondia a un exodo de esos en los que la masa pugnaba por su descanso, de la masa. Buscando una tranquilidad inexistente, llevando la burbuja neurotica de la metrópoli a la linea costera...y en su caso, con el I-pod enfermo de sordera...


Se consolaba con la vista hacia el mar. Con un poco de esfuerzo incluso podía llegar a engañar la vista sobre el gris del oceano, obviando la linea de la playa. Casi intentando sentirse suspendido sobre el agua. Era una de las pocas ventajas de un decimo piso casi sobre la costa.

Un mensaje de texto fue su escueta manera de avisar que entraba en servicio. Con el correr del tiempo habia optado por esa manera de trabajar. Con el minimo contacto posible. Señal de que estaba ganando experiencia y a la vez hartazgo.
Extrajo dos laptops de sus respectivos bolsos y conectó la mas oscura y desgastada a una pequeña antena. La dejó iniciando mientras abría otra plateada, mas moderna y de su propiedad...porque quizas fuera demasiado pedirle a sus empleadores una computadora medianamente potente con la cual trabajar.

Como era esperable, la ultima emitió primero la famosa e insufrible melodía del sistema operativo, avisando que ya estaba lista para usar. Y por milesima vez se dijo de anularla...para olvidarlo a los 10 segundos.

Se quedo observando el papel tapiz de la pantalla, demasiado sorprendido por la lugubre oscuridad del fondo. La foto no debia cambiarse sola. Y ese solo detalle bastó para amargarle la jornada.
Un corto pitido y la antena comenzó a olfatear el eter, buscando señales que eran mostradas en la pantalla de la vapuleada laptop negra.
Obtuvo lo que buscaba en apenas unos segundos...Otra máquina, muy nueva y solo usada por manos novatas, que a solo unas decenas de metros se hallaba posiblemente cargada de la información que había motivado ese vil remedo de vacaciones en esa costa de la que quería huir.

Se preguntó a si mismo si la automatización de la tarea a realizar era una señal de que su trabajo comenzaba a notarse...o una sutil manera de ser condenado al ostracismo en una carrera que apenas empezaba.
Y ahí estaba.

Ingresó a la novísima laptop del departamento que estaba dos pisos abajo con una facilidad pasmosa, solo cuatro clicks del mouse (porque El era de esos estoicos que jamás se adaptaron al horrible pad táctil que todas las portátiles traían)..y la maltratada Dell negra sobre la mesa de fórmica barata comenzó a succionar datos de una manera que desmentía las raspaduras de su exterior y los golpes disimulados con cinta adhesiva, regalo de algunos otros amantes de la tecnología colegas suyos.

Solo sería cuestión de un par de horas hasta terminar la involuntaria tranferencia. Mientras, abrió una lata de Coca-Cola y la computadora de su propiedad se conectó a su servidor de radio favorito.

Con el correr de los años había llegado a la conclusión que el unico silencio que valía la pena era el que se perforaba con una Stratocaster. Un viejo tema a medias de los Black Crowes intentó poner un poco de ánimo a la tarea.

Durante unos minutos de euforia electronica se sintió feliz. Afortunado de estar ahi, frente a ese mar que parecía invadir el ventanal, disfrutando de una manera poco común de esa costa que había formado parte de su no tan lejana adolescencia y su mas cercana juventud "adulta",... escuchando un buen rock Sureño en compañía de esa pequeña demonia succionadora de datos a la que incluso estuvo tentado de nombrar Lucy, como la vampira víctima de Dracula.

Pero como si se tratara de una ley de Murphy aún por escribirse, o de que solo su vida ultimamente semejaba a la de un perdedor sin el encanto de Bogart, la subrepticia transferencia se cortó.

Súbitamente tomó consciencia que esa momentánea alegría se basaba en que tan pronto esa barra roja completase su recorrido hasta el 100%, el podría largarse de ese lugar. Y todo parecía indicar que iba a tomar su tiempo.
La frustración, a tan temprana etapa del encargo, no era un buen indicador para nada...

Miró hacia afuera, en busca de algún tipo de solaz momentaneo y una suposición. Podía considerarse afortunado de tener una cárcel con vista al mar. No había muchas asi en el mundo

Se levantó de la vieja silla de tubos de metal estilo bar de los 70´ y se asomó apenas al ventanal, calculando un poco el ángulo de visión, para no ser visible directamente.
3 o 4 minutos después pudo ver el horrendo descapotable Morris Mini Cooper rojo metalizado saliendo raudamente por la entrada del costado de su edificio, con su ocupante y una tabla de surf sujetada arriba del techo. El bien sabía que el enorme longboard, que parecía agregarle un techo el pequeño auto inglés, era solo una fachada. Solo para dejarlo parado en la caseta de un club de playa a la espera de algun comentario o del comienzo de alguna relacion superficial. El fisico trabajado por horas de gimnasio y los anteojos del valor de un sueldo ayudaban.

Concluyó que el tipo realmente le caía mal. Y era mejor que asi fuese. Quizás ese sentimiento le fuese funcional para completar su trabajo de una manera menos tortuosa.
El imbecil cipayo que habia escrito que habia que odiar al enemigo, en uno de esos farragosos bodoques que solía leer en sus epocas de estudiante, podía no estar tan equivocado.


Esperó sentado por horas, leyendo una novela barata, que ficcionalizaba bastante mal ciertos aspectos de su trabajo. En las editoriales sobraban emulos de Burroughs, el autor de Tarzán, que escribía sobre Africa comodamente sentado en una biblioteca de New York.
Muy pocos realmente escribian sobre las interminables esperas, el tiempo muerto que parecía detenerse. Sobre los dolores de pecho nerviosos, los insultos hacia la nada o la frustracion malsana de sentirse condenado a pasar tiempo en un lugar que solo hacia crecer su melancolía, en pos de una orden que provenía de algun lugar de las sombras, escondida en el sexto piso de un edificio de vidrios oscuros, cuyo halo de misterio había capturado la atención de un imberbe hacía solo unos años.

De todas maneras, no podía ser tan malo. A fin de cuentas el tipo del Mini parecía un idiota.
Y si había mierda en su computadora, Lucy la iba a encontrar.

El cielo se fue oscureciendo y de a poco la gente volvia de la playa preparandose para otra noche de verano. La radio de Internet que emitía desde en su laptop plateada había decidido traicionarlo pasando una selección de Grunge que poco hacía para levantar su ánimo.
No era por la rabia o la tristeza de las canciones... Se trataba de lo que éstas le generaban. Bien podría ser un festivo tema de Motley Crüe lo que lo remitiera a otro momento mas feliz de su vida y le hiciera ver la oscura contraposición en la que se encontraba ahora.

Cuando el sol terminó de caer, se encontró comiendo un sandwich, sentado sobre la módica barra de la kitchenette, albergando la esperanza de que la noche hiciera volver al infeliz a su morada veraniega para acicalarse...y que la presa de Lucy volviera a aparecer. Tom Petty cantaba una balada sobre no asustarse facilmente cuando vió al pequeño auto inglés entrar al camino del garage. Y 1979 de los Smashing Pumpkins hizo historia al casi hacerlo saltar de felicidad cuando casi 10 minutos después la barra de transferencia comenzó a moverse nuevamente.

Podía sentir el hormigueo que nacía de la boca de su maltratado estómago subiendo hacia su pecho. La tensión indetenible que no hallaba en si un significado absoluto a ojos vista. Pero que se hacía más y más potente a medida que los minutos pasaban...

Y luego, se detuvo. Como también la guitarra de Jimmy Page. Lo que no se pudo detener fue su catarata de insultos hacia el cielorraso pintado de un horrible verde aguado. La conexión se habia detenido y no dió muestras de vida hasta tres horas después.

Esperar que la transferencia de datos prosiguiera, hubiera sido demasiado pedir. Lucy dormía de noche, como si lo hiciera de día.


Para ese momento estaba casi dormido, esperando al falso surfer que habia partido raudo hacia la calle de los bares que tantas alegres borracheras le había generado a el alla lejos y hace tiempo.
Dos botellas de un six-pack de Budweiser le hicieron extrañar la Fosters, en otro lugar que parecía ser de otra galaxia, por más que compartieran el mismo océano. Dejó una tercera botella a la mitad, la tapó y la puso en la heladera.

Con una rapidez asombrosa el pequeño departamento veraniego se iba convirtiendo en un Gulag mental con una costa que se desdibujaba para parecerse a una estepa siberiana. Cuando más se hallase vagando en su mente, mas imágenes extrañas parecían salir de allí.
Se descubrió agotado, sin importar que sólo habían transcurrido unas horas desde su llegada.

Todo su ser se había acostumbrado por demás a las amarillentas paredes, el cielorraso verde y la eterna atmósfera sesentista de un rectángulo asfixiante que supuestamente tenía el objeto de servir de lugar de descanso.
Años atrás había llegado a la conclusión que esos pequeños calabozos solo podían ser útiles para las hordas de jóvenes de clase media que llegaban a disfrutar de su caudal de excesos permitidos, para luego seguir su carrera como miembros de la sociedad y perpetuar el ciclo.
El era uno de ellos, y ultimamente, de los que ayudaban a que la rueda siguiera girando, para bien o para mal.
Era solo cuestion del cristal con que se lo mirase.


La ansiedad lo dominaba, conforme esa punzante molestia en el medio de su pecho se volvía aun mas penetrante, como si buscara llegar bien adentro. Quizás intentando alcanzar la inexplorada explicación del porqué se hallaba sentado en la mesa de la kitchenette, ligeramente ebrio mirando las pantallas de dos computadoras y bañado en sudor y la melancolía que incluso el furioso bajo de Jason Newsted contribuía a acrecentar. Metallica terminó su concierto grabado hacía solo unos meses y luego el operador de la radio se dedicó a pasar varios minutos de esas horrendos avisos que al ser tan lejanos, le sonaban tanto o más ridiculos que un jingle creado en una radio local. El acento ayudaba.


Se acercó a uno de sus bolsos y extrajo un elemento que mayormente pertenecía a la equivocada ficción de su trabajo.
Asió de la empuñadura una siniestra Beretta 92 y la dejó en la mesa a la derecha de su laptop gris. Necesitaba algo de justificación para lo ínutil de su asignación. Una imagen chauvinista que contribuyera a levantar su subterráneo ánimo. Siempre había reconocido actitudes infantiles en si mismo, y no pudo con su genio otra vez.

De las cervezas pasó al una enorme taza de café instantáneo, que rellenó varias veces. Una elección poco sabia si quería generar algo parecido a la calma. Pero debía mantenerse despierto. Vagando entre un set completo de Pink Floyd elegido por un operador de radio ocioso al otro lado del mundo y la súbita esperanza que el galán del Mini apareciera cuanto antes.

La negrura del cielo costero comenzaba a tomar un color azulado anunciando la llegada del amanecer. Por la ventana podía admirar un par de parejas intentando hallarse comodas para el amor o el sexo playeros y alguna que otra pelea potenciada por el alcohol. La brisa que dejaba entrar la ventana abierta no alcanzaba para despejarlo.

Ultimamente se sentía condenado a ser nada mas que un testigo, un observador. Su época de protagonismo parecía haber terminado hacía décadas. En un momento normal, lo hubiera tomado como un síntoma corriente de madurez. En esa madrugada inútil, era solo un poco más de angustia, revuelta con rock...lo que extrañamente lo convertía en un dolor dulce.

De pronto volvió a ver esas dos luces redondeadas por la calle y sus sentidos se aguzaron levemente. El pequeño auto británico entró al garage muy rápido. El tipo tenía prisa. Pudo ver una rubia demasiado rubia en el asiento del acompañante.

En el momento en que volvía a sumergirse en la frustración, y en una muy humana envidia por los 3 minutos de placer que el falso surfer iba a proporcionarle a la falsa rubia, la barra de descarga volvió a moverse, acercándose casi sospechosamente al 90% de datos descargados.
Solo unos momentos más y su suplicio terminaría. O eso le hubiera gustado creer.
Feel I´m Making Love de Bad Company sonaba, dando una falsa calma al momento.


Contenía una explosión de furia al detenerse la barra al 97.6% del total cuando sintió pasos y golpes en el pasillo. La tensión exacerbó sus maltratados nervios al máximo posible. Todo cuadraba. No era tan novato como para que eso se le pasara por alto.

Sintió un golpe en la puerta barata que daba al pasillo y observó el picaporte de bronce gastado que se movía hacia abajo torpemente varias veces.
Tomó de un solo movimiento la pistola que estaba a su derecha y saltó detrás de la barra de la kitchenette.
Se agachó detrás de esta, arrodillado y cubriendose con la barra, apuntando la Beretta con las dos manos hacia la puerta. Temblaba ligeramente mientras contenía la respiración y acercaba su dedo indice izquierdo a la cola del disparador.

De haber sido un tirador más competente, hubiera reparado en que el arma tenía puesto uno de los seguros y peor aún, habia olvidado acerrojarla. Apretó el negro y delgado gatillo de la pistola y este apenas se movió. De haber sido de otra manera, el estudiante de Leyes borracho que había equivocado la puerta del departamento por unas cuantas puertas, hubiera terminado despanzurrado en el piso por casi la totalidad de los 15 disparos de 9x19mm que El estuvo dispuesto a enviarle.

Decidió esperar unos segundos. El picaporte dejó de moverse y los pasos desbocados siguieron camino hacia la derecha, alejándose por el pasillo. Varios insultos, probablemente no dirigidos a su persona, se hicieron oír cada vez mas despacio.

Con el corazón desbocado y la ira a flor de piel, estuvo a punto de destrozar las dos máquinas de una patada. Sabiamente optó por sentarse en un sillon rajado cuya imitación de cuero había visto mejores tiempos hacía muchos años.

Las piernas le seguían temblando ligeramente. Dejó el arma a su lado y le llevo las dos manos a la cara. Completamente sudado, agotado y frustrado.
Se levantó y bajó la tapa de su notebook. La música calló instantaneamente, y se dio cuenta de lo sensible de su estado al alegrarse por no escuchar más a la desgraciada de Courtney Love.

Trabó la puerta de entrada con una silla y decidió recostarse en la cama de la pequeña habitación de al lado. "A la mierda con la descarga", dijo para sí.
Quizás un par de horas de sueño podrían cambiar algo.


Cuando despertó, 8 horas después, sintió que el viento movía con cierta potencia las horrendas cortinas verdes del living. Caminó como un zombie hasta la mesa, ignorando la laptop de batalla que seguía encendida con la pantalla hibernando. Encendió la suya, y vio con una indisimulada alegría que el lago y las montañas de ese color verde lujurioso, recuerdos de casi otra vida habían vuelto a aparecer. En medio del lago se hallaba el ícono de la radio. El único en toda la pantalla.

Clikeó sobre el y en pocos segundos el pegadizo "Pa Pa Pa Pa Pa Pa Pa" de Psycho Killer en una rara versión de David Byrne le dibujó una sutil sonrisa en el rostro. Como fuera, seguía odiando el silencio.

Casi sin darle importancia presionó uno de los botones de la otra máquina y enorme fue su sorpresa al ver la barra de descarga titilando al 100% de su capacidad.
Caminó por el pequeño apartamento a paso apresurado. Cualquiera que lo hubiera estado observando se habría hecho la imagen de un maniático que gesticulaba y se movía desaforadamente yendo y viniendo en medio de un espacio acotado con el brazo izquierdo en alto como vanagloriandose un gol de un partido de futbol importante.

Sintió deseos de festejar. Y recordó la media botella de Bud en la heladera. Obvió las otras tres completamente llenas. No tenía nada que ver que las hubiese olvidado "au naturel" en la cuarteada mesada de la kitchenette/trinchera.
Bebió la pequeña botella de casi un trago y luego se sentó a inspeccionar el trabajo de Lucy.

Al principio pensó que la cerveza había pasado una mala noche en la heladera vacía. Su estómago comenzó a dar señales de incomodidad. Pero no se trataba de una intoxicación.
Era asco, puro y simple. Las imágenes que la laptop vampira había succionado del eter no dejaban lugar a dudas.
Los niños de las fotos digitales no podían tener más de la edad de su hermana menor. Solo vió tres o cuatro imágenes de las decenas y decenas que poblaban un disco extraíble que, si fuera por su voluntad, sería imantado y luego incinerado. No sin antes servir como prueba para la hoguera que debería ser el destino final de cualquier enfermo que osara disfrutar con ellas.
Menos desagradable fue la otra sorpresa que el infeliz le tenía reservada.

Anotó un largo número y una serie de letras que también la máquina había desencriptado automáticamente, casi sin pensar. Y lo borró, para luego reescribir y borrar nuevamente.

Envió un mensaje de texto desde el teléfono celular de gama ultrabarata que se le había entregado como contacto.
Mientras esperaba, se quedó observando el fondo de la pantalla de sú maquina. Perdido entre recuerdos, sensaciones, personas y momentos. La música provenía de ese mismo lugar. La radio que emitía en ese momento Yellow Ledbetter, una canción perfectamente inentendible del buen Eddie Vedder, se hallaba a solo unos minutos de ese lago. Y con un poco de suerte, las dos personas que estaban sobre una piedra, justo arriba de la Hora y el antivirus, estarían alli todavía.
Con suerte.


El horrible pitido del celular lo hizo moverse de un salto. Leyó el mensaje, extrajo el disco, desarmó la antena y metió a Lucy en una mochila. Acto seguido salió al pasillo. Esperó el vetusto ascensor y bajó hacia la salida, con la siniestra carga a sus espaldas.

Mientras se preguntaba porqué siempre los ascensores viejos tenían ese mecánico olor a grasa reparó en que el Mini había salía del Garage. Con el enorme longboard arriba, costumbre de su dueño. No había dama de plástico en el asiento de al lado, ni espacio para ella.

Caminó varias calles, siempre siguiendo el pequeño cursillo de artes negras que había aprendido de la mejor manera en que pudo ser capaz.

Ya no sentía esa opresión en el pecho. Porque una idea había surgido de las sombras, quizás en el momento en que vio esa foto que lo regocijaba tanto. O cuando leyó el mensaje que la Providencia le enviaba mediante esa enorme serie de números y letras. Todo tenia que ver con todo.


Lo encontró donde se había convenido. En los reservados del impoluto cafe de una Shell.

El Viejo, sorbiendo, mas que fumando su pipa, se hallaba sentado leyendo un diario deportivo, el Manchester United cayó nuevamente frente al City. Conociendolo, el Viejo estaría ligeramente contento.
Y en su poco tiempo en su ocupación, la presencia del viejo en ese lugar era una señal de que al dueño del Mini Cooper le esperaba un destino triste. Si es que podía sentir tristeza por el.
Pagó por un paquete de Lucky Strike que no iba a fumar y se dirigió a la mesa.
Se sentó enfrente del Viejo, mirando cuidadosamente hacia afuera. Sus viejos anteojos de sol ayudaban a disimular. Las dos empleadas en uniformes chillones no prestaban demasiada atención a nadie, el cansancio se notaba en su mirada. Parecían contar mentalmente los días hasta el final de una temporada interminable.
El Viejo lo saludó con un apretón de manos que hubiera licuado los huesos de cualquier otro desprevenido. El lo sabía y saludó con casi la misma fuerza. Aunque en realidad, habría que haber vivido las mismas vidas que el Viejo para acercarsele en firmeza.
Y no le interesaba demasiado.
Por debajo de la mesa pasó la mochila, dejandola a los pies del lector del diario. Intentó crear algo de conversación hablando de lo mal que le había hecho al United la ida de varios delanteros sudamericanos, y de lo eficiente que era Lucy haciendo su trabajo.
El Viejo concluyó que los nerds eran gente realmente rara al pensar que las máquinas estaban vivas, pero el chico al menos tenía cierta idea de lo que era el buen futbol. Y eso no podía ser tan malo.
Le entregó unas llaves a cambio de Lucy.
Hablaron unos minutos mas y luego se despidieron. El salió caminando sin mirar atrás y el Viejo lo miró alejarse, cruzando la avenida con paso firme.
Notó algo, apenas perceptible si no se sabía que pensar. Los años no venían solos, y si no se aprendía a juzgar a las personas a esa altura del partido, era momento de retirarse. Quizás ese chico sabía algo de lo que el ya debería haberse enterado antes.

Al llegar al departamento, recordó que habia dejado su máquina con la radio encendida. Guardó sus cosas en un pequeño bolso y se sentó unos minutos a disfrutar de la brisa y del mar.
En ese momento escuchó unos aplausos saliendo de los parlantes y la pastosa voz del locutor colandose entre ellos, anunciando Heaven Beside You, de Alice In Chains.
Si había una idea gestándose en su mente, tomó esa canción como una señal. Simplemente porque significaba mucho para el.
Era el puente entre una epoca feliz de su vida y estos momentos, dejando abajo el frío de su soledad interior. De decisiones tomadas apresuradamente al calor de pensamientos gélidos.
No era un adolescente ni mucho menos para creer en el destino y demás patrañas. Pero la música y la foto del fondo de pantalla hablaban por si solas. Y el papel con esos largos números también.
De pronto halló el valor para conjugar todo en una acción.

Esperó que Layne Staley terminara de cantar y Jerry Cantrell de acariciar la guitarra para cerrar la máquina y guardar todo. Se lavó la cara en el baño y decidió dejar el resto de las cervezas para los posteriores ocupantes del cubiculo. Al menos se llevarían ese horrible pequeño auto que lo había traido.
Bajó por las escaleras silbando la canción que recién había terminado de escuchar. Alguna razón sin determinar lo había hecho desistir del ascensor. Solía confiar en ellas.
Al salir a la calle una brisa fría volvió a recibirlo.
De los deformados parlantes traseros de un pequeño Mazda verde brillante salía un ensordecedor sonido latino de un enervante mal gusto que cuatro post adolescentes parecían disfrutar. Hizo una mueca de mal gusto que se encargó de hacer notar y siguió su camino. La intensidad de los graves ocultó los insultos del dueño del auto, herido en su orgullo.

"Like the coldest winter chill, Heaven beside you, hell within", cantaba con voz queda, deseando haber traido algo mas de abrigo. Odiaba el verano.
Unos metros delante vio el pequeño Mini Cooper de sus desvelos estacionado con la tabla arriba del techo. Su dueño entró a una farmacia. Deseó que estuviera buscando algo contra el herpes genital.
Caminó despreocupadamente hacia el auto británico y extrajo la llave que el Viejo le habia dado. Firmó el final de su trabajo con una raya desde el guardabarros trasero derecho al delantero.

Encontró la Toyota Hilux gris esperándolo en la esquina de un oscuro antro de videojuegos en el que varios inadaptados criaban ojeras ajenos al sol costero. Se subió a ella y la encendió con la llave, que tenía rastros de pintura en la punta. Nunca había dejado de ser un un niño travieso y ligeramente dañino.
Con felicidad vio que el estereo tenía una entrada USB. Quizás en el fondo le caía simpático a alguien. O todo era cuestion de ver las cosas de una manera positiva.
Conectó el cable blanco, símbolo de status popular en medio mundo, y rezó porque el I-Pod de horrible color celeste, regalo de su ex-novia, funcionara.
Siempre habia sido buena regalando, aunque no tenía demasiado tacto para los detalles. Toda una muestra de su relación.
La pantalla negra del adminículo no pareció dar señales de vida. Prendió la radio y solo encontró algo pasable de Annie Lennox. A su novia (¿ex-novia?) le agradaba mucho. Lo ultimo que sabía de ella era que hacía dos semanas daba clases en una escuela cerca del lago de la foto. De haber seguido formando parte de una red social hubiera visto las fotos con sus alumnos en ese mismo lugar. Habia cosas que venían con el trabajo a las que había que renunciar. Pero ya no convenía.

Buscaba la avenida de salida cuando creyó escuchar un acorde conocido y una voz agradable, parte de los recuerdos de su infancia. ¿De donde era que venía Mark Knopfler?.
Miró al pedestal del panel y vió que el I-pod había vuelto a la vida. Feliz, acercó su dedo a al circulo y aumentó el volumen. El solo de Tunnel of Love se dejó oir por todos lados.

Ahora solo pensaba en ese locker con sus documentos. O en un cibercafé para desviar las riquezas que escondía el número de cuenta que se hallaba en el bolsillo de su bermuda. En el lago y todas las personas que lo habitaban. En los regalos carentes de detalles de su ex-novia.
Y en invitarle una Fosters al operador de la radio.