martes, 18 de octubre de 2011

Cuerdas

Siempre creí que para entender realmente el Blues, se debe sentir así, en el sentido inglés de la palabra: Blues.
Una palabra que vagamente significa Tristeza o Melancolía, dentro del ancho y gris margen de maniobra que ese tipo de sentimientos pueden dar.
Y quisieron esas causalidades de la vida, que después de 10 años de su última visita, pudiera ver a uno de los mejores bluseros del mundo. Y digo blusero sin olvidar su contribución al Rock con mayúsculas.
Pocos lugares hay como un estadio para medir el nivel de intimidad que puede crear un artista entre el y su público.
Y nos tuvo a todos en silencio cuando fue justo. Y aplaudiendo cuando se debió aplaudir.
Mi mente viajaba para atrás y adelante, saltando y corriendo entre distintos pasajes de mi vida. Pensando en como la música siempre está. Como una especie de soundtrack permanente, conectando y discurriendo paralelo a los hechos que la mente tiende a recordar...
Las cuerdas de una guitarra hablan en uno de los idiomas mas complejos y a la vez mas fáciles de entender. Y el buen Señor Clapton sabe como invocar los espectros de los recuerdos por medio de ellas.
Quizás no sea Dios, pero si un buen Brujo, como esos del Sur creóle.
Esa noche estuvo llena de ciertas ánimas que desplazaron de mi mente la cursi imagen de un corazón amarrado a las cuerdas bluseras de una vieja guitarra.
Porque nos despidió con la legendaria Crossroads, casi con Robert Johnson guiñándonos el ojo perdido en la noche de los 27 años.
Y al llegar al departamento, a un par de cuadras, creí oir la moto del Carpo en su vieja casa.
O quizás lo pensé...

jueves, 22 de septiembre de 2011

Tren

Sentado apenas comodamente en el asiento del vagón, miró hacia el banco metálico del andén. Había esperado cada vez con más ansiedad la llamada de abordar el viaje de larga distancia.La brisa cálida lo incomodaba. Porque sabía que no podía culpar a la presión baja de esa ligera pero punzante opresión en el pecho.

Insertó una cinta en el walkman y presionó Play. Apenas pudo escuchar los rodillos moverse cuando el aparato se detuvo secamente. No era la primera vez que olvidaba comprar baterías.Con una ligera y golpeada valija Samsonite y el pasaje, bastaba.

Pensó que tanto el como Anna eran afectos a ir contra la corriente. Eso los separaba del resto. Por eso el huía hacia el Norte, cuando la gente en su hemisferio tenia por costumbre huir tan al Sur como fuese posible.

Miró hacia el asiento contrario, rogando que nadie lo ocupara. Quería estar solo, si no con su música al menos con sus pensamientos. Por más que se esforzase, les daría vueltas y rodeos tantas veces que hasta un acróbata mental como el era, acabaría mareado entre los dos puntos de la historia que podía tener en claro.

Anna enojada, con esa furia contenida tan característica suya, mirando con fastidio los caminantes del lago, y diciendole a el cuantos de ellos estaban realmente solos. Y el adorando y a la vez tolerando su mirada del mundo filosa y descarnada, a veces aún más que la suya propia.

Y luego Anna haciendo una observación casi al pasar sobre las relaciones. Personas que cambian y tienen que dejar de ser. Dos momentos, un buen tiempo entre ellos.

Nunca le importó lo de tomar la iniciativa, nunca le importó el primer paso. Su vida se trataba de reaccionar frente al estímulo. Anna sentada sola leyendo en la mesa de un bar una tarde invernal fue el primero. Anna soltando esa frase fue el último.

En las películas las salidas dramáticas tenían una locomotora soltando vapor mientras los vagones comenzaban a moverse y los pañuelos a servir de algo. La realidad solo el sonido de la sirena y una voz de empleado de ferrocarriles cansado por los altoparlantes.

No le interesaba el drama, solo la distancia. Si el tiempo lo curaba todo, los kilómetros bien podrían ser una buena anestesia. Y cuando más hubiera de ellos, mejor.

domingo, 24 de julio de 2011

Pacto

27 años. Janis Joplin, Brian Jones, Hendrix, Kurt Cobain em mi adolescencia, y ahora, más de viejo, veo irse a Amy Winehouse.

Para ser honesto creo que esperaba este desenlace. Uno en un punto casi está acostumbrado a ver hundirse alguna celebridad y luego de varias recaídas, verla resurgir por obra y gracia de las clinicas de desintoxicación y el talento de un buen manager. Pero cuando lo inevitable sucede, no deja de ser un poco shockeante.

Soy de los que creen que con el arte y el tiempo siempre viene una mística. Y con la mística, el misterio.

Quizás en casos como estos, la leyenda haga más atractiva una tragedia personal.


Y cuenta una de estas que hace más de 80 años, Robert Johnson, un granjero del Sur de USA, caminó hacia el cruce de las rutas 61 y 49 en Clarksdale, Mississippi. Allí encontró una guitarra y al momento un hombre negro, alto y corpulento apareció. Tomó la guitarra, la afinó y se la entregó el buen Robert, que luego supo decir que se trataba del mismísimo Diablo.

Por un buen par de años Johnson (que anteriormente era un decente ejecutante de armónica y un mediocre guitarrista) revolucionó el Blues con un punteo inigualable y renovador, hasta que murió envenenado luego de beber de una botella de whisky a la que un marido celoso le había vertido estricnina.

Era 1938, y sólo tenia 27 años.

Desde esa muerte, 27 años es la edad maldita para aquellos que "eligen" el "It´s better to burn out, than fade away" del que hablaba Neil Young, uno que pasó los 27 hace rato.


La muerte de un artista siempre es una tragedia, porque se trata de alguien que dió alegría y conmovió sin pedir demasiado a cambio. A lo sumo un par de dólares por un disco, o entrada a concierto, ya que el negocio se les está terminando lentamente, pobrecitas discográficas.

Pero las tragedias atraen. Como atrae la vida de ese artista, su vida interna, sus procesos y esos fantasmas que lo llevan al abismo.

Y cuando se trata de sentires y sentimientos como los que genera la música, no me molesta dejar el racionalismo a un lado y creer un poco. Los misterios modernos enriquecen la leyenda, la agrandan y hacen que el legado de ese artista sobreviva en estos tiempos en que todo se pierde tan rápido.

Es por eso que, de alguna manera, me gusta "mentirme" y creer. Aunque con esto tenga puntos en comun con esas viejas pacatas que hablaban del rock como "Esa Música Satánica".

Porqué de alguna manera, de alguna enrevesada manera, perdida entre acordes distorsionados, letras furiosas y poesía moderna, no me molesta pensar que, cada tanto surge un sonido doloroso y revolucionario que marca una época o deja una huella. Y quizás en él, un poquito apenas, Mandinga metió la cola...

domingo, 26 de junio de 2011

El Caminante de King´s Road

Siempre tendría la duda de que, si alguien le vendía algo que no era, y esto le funcionaba, ¿estaría siendo estafado?.
De todas maneras Londres engañaba bien. Al menos climatológicamente.
Mostrando su mejor cara como esas mujeres de la aristocracia venidas a menos que, al terminar la noche vuelven a sus raídas mansiones y se quitan lo poco que les queda de ese caro maquillaje heredado.
Y aún así, a pesar de su implacable suspicacia, le parecía maravillosa.
De la maraña de estaciones de subterráneo ubicó Sloane Square y descendió allí. Los omnipresentes carteles que urgían a reportar actos sospechosos hacían acto de presencia allí también. Adheridos a los azulejos verdes gastados de la vetusta estación.
El hecho de moverse agilmente por toda la ciudad saliendo de las entrañas de la tierra le resultó curioso y, por módicas 7 libras, fundamentalmente práctico.
Para muchos ese era un día especial, tanto más si todo tipo de medio de comunicación se esmeraba sobremanera en anunciarlo. Pero el ya estaba en otro plano de intereses.
Minutos antes había disfrutado de un momento de lectura con un pasquín sensacionalista en sus manos. A la sombra de las cámaras de vigilancia de Vauxhall Cross, frente al río. Dándole la espalda a ese portento de la arquitectura que era ese edificio que semejaba a una fortaleza. De la cual los hombres al servicio secreto de su Majestad salían a hacer lo que siempre se les había encomendado para el bien del Imperio...o del Capitolio mas al norte. O más al oeste, cruzando el charco.
Se preguntó cuantos nostálgicos habría ese día ahi dentro. Detrás de los vidrios verdes recordando otras épocas de gloria, cuando ese edificio era apenas un proyecto. Ahora sentados en sus escritorios, trabajando de menos en un día feriado.
Salió de la estación. Chelsea se veía agradable en plena tarde.
Siguió un par de calles hasta que la coqueta King´s Road hizo su aparición. Dobló a la izquierda y siguió por ella. Cualquier otro turista podría haberse entretenido viendo los carísimos trajes a medida y renegar por la invasiva profusión de Starbucks y Pret-a-Manger que parecían tener intenciones de apropiarse de cualquier local que mas de 70 metros cuadrados.
Buscó por todos lados y le sorprendió no hallar ningún monumento o memorial de algo. Esa ciudad tenía memoriales para todo tipo de persona o agrupación de lo que pudiera imaginarse. No le hubiera sosprendido que existiera uno para los atuneros que combatieron braviamente en el sitio de nosequé en 1860.
Eran las edades lo que realmente le causaba algo parecido a la tristeza. Ya fuera un piloto de uno de esos Spitfires que había visto volar esa tarde, aunque caido sobre Kent a los 28 años cuya foto en blanco y negro había visto en un museo el dia anterior, o esa chica de 23 cuyo nombre estaba en el memorial al atentado de Bali en 2002, y que luego motivó la frase "Osama don´t Surf", tan cara a su propio tiempo.
No le costó imaginarse a ese piloto con el pelo más largo y una remera Quicksilver tomando cerveza en un pub 70 años después . Y esa chica simplemente tenía su edad durante esos años.
La mente tenia caminos extraños. Y el solía recorrerlos con una facilidad pasmosa.

Era una ciudad en la que la realidad y la ficción se entremezclaban de la misma manera que el presente y la Historia. Siguió caminando, viendo si podía hallar esa pequeña callecita cortada.
Había leido sobre ella y sobre uno de sus vecinos. Otro de esos guerreros de una guerra ya terminada, pero no olvidada.
No importaba que fuese solo la creación de un escritor. El viejo Cornwell tenía el don de dotar a sus personajes de carácter, sentimientos, pensamientos y de transmitir sensaciones. En sumatoria, de darles algo asi como vida.
Imaginó al buen Smiley, porque de él se trataba, caminar desde Sloane hacia Bywater Street, la pequeña cortada que había estado buscando. Pensando en Karla y en la siempre abandonica Ann. La más Puta de las Señoras, y la mas Señora de las Putas, diría un español.
Caminó por la angosta calle, entre autos medianamente caros y algún que otro Porsche. Al final de la cortada una familia celebraba un cumpleaños para uno de sus hijos.
Se acercó al numero 9, que colgaba dorado de una puerta roja, con un mapa en la mano que oportunamente lo identificaba como turista.
La mochila liviana y el mapa siempre le habían motivado un trato amable por parte de los lugareños. Incluso de los famosos policías londinenses, que en su mayoría portaban subametralladoras MP-5 con diversos aditamentos para complementar la porra que la vieja cultura popular había hecho famosa.
Cosas del tiempo en que se vivía.
Miró hacia arriba, hacia una de las dos ventanas de la planta superior del 9 de Bywater. Estaba parado en las mismas baldosas en las que George Smiley admiraba a su mujer Ann, ella siempre en la momentánea compañia de su amante de turno. Engullendo su rabia y redirigiéndola taciturnamente en hacer pedazos al Centro de Moscú, durante el invierno de esa Guerra Fría que había vivido apenas para ver el final. Sin entenderlo demasiado.
Subitamente miró sobre su hombro. Y no vio a nadie que se acercase. Ni a Peter Guillam esperando en algun deportivo de los 70´. Tampoco vio un Morris Mini, simplemente porque George ya no estaba allí.
Volvió hacia King´s Road, que bullía menos que los chicos del cumpleaños al final de la calle.
Se alegró al encontrar en la esquina, un salón de té. Milagrosamente parecía no pertenecer a ninguna enorme cadena.
Pidió un Earl Grey y se sentó en una de las mesas del fondo, mientras un grupo de españoles hablaba de la Boda Real de ese día y se quejaba de la situación de su propio país.
Recordó esa pequeña promesa que se había hecho casi un lustro atrás, una tarde gélida mirando el Atlántico con una de esas viejas novelas entre sus manos. Y sonrió para si mismo.
Era agradable cumplirlas de tanto en tanto....