viernes, 27 de febrero de 2009

La Niña Fugaz

Las piernas ya le dolían, y comenzó a pensar que no se trataba del normal y entendible cansancio que significaban las 6 horas parado en esa esquina polvorienta. Trató de hacer lo que hacía siempre y solía funcionar: negar el dolor, pensar en otra cosa. En algo banal o mejor aún, enfocarse en algo de ese retorcido mundo que lo rodeaba. Pero ya no era tan efectivo como antes. La edad pesaba tanto como pesaba ese vil remedo de armadura del medioevo que portaba por horas, solo para dar la ilusión de dureza e invencibilidad frente a unos peatones parecían dar la impresión de no poder esperar la ida de el y los suyos. Una ida que se alejaba, o como decía la voz grave del frontman de la banda con la que solía deleitar a los novatos que comenzaban a llenar los rangos, Un Dia que Nunca Llega.
 Se dedicó a mirar detenidamente a los autos que pasaban por la avenida. Una mezcolanza de mecánicas japonesas, chinas, coreanas y rusas. Quizás algo fabricado por la zona también. Sus compañeros se dividían entre los que lo ayudaban y los que miraban hacia otras partes del perímetro, buscando cualquier cosa que pudiera parecer “anormal”. Desde la primera vez en la que estuvo en un lugar como ese, no pudo quitarse la idea de que tanto el como sus hombres eran algo así como astronautas en un planeta olvidado y cubierto de polvo cósmico. Lo chocante y avanzado de su indumentaria, mas allá de la utilidad de ésta, alimentaba ese parecer. Un grupo de tipos cubiertos de pequeños cuadrados digitales negros y marrones, moviendose pesadamente por la carga de sus chalecos y arneses, no podían hacer mas que resaltar frente a la asi llamada normalidad del lugar. Una normalidad que lo agotaba, más que el dolor de las piernas o el peso del chaleco, las bromas repetidas y la lascivia onmnipresente de sus compañeros de desgracia, tan ajenos a ese planeta como el.
Se deslizó por detrás de un vetusto Corolla que en algún momento fue blanco. Al principio la vió por el rabillo del ojo, justo en ese espacio incómodo donde molesta el marco de los anteojos. Era grácil, como si la túnica marrón la llevase por el viento, efecto que parecían aumentar los delgados brazos y piernas que sobresalian de las extremidades de la túnica. Durante menos de un segundo pensó en llevar la culata del rifle al hombro y seguir la visión, retículo holográfico de por medio…pero la experiencia le hizo desistir de ello.
Se quedó observando, mientras lentamente ponía entre el y la calle el enorme capot del Humvee. El pequeño fantasma marrón sacó una lata de aerosol y comenzó a pasearla por la pared de ladrillos. Un haz verde comenzó a quedarse fijado en el muro…primero una linea, luego un círculo, luego otra línea. Mientras le dedicaba su atención, miró por un segundo a los suyos, parados cansinamente alrededor del vehículo, vigilando la nada hacia todas partes. No parecía haber nada fuera de lo “normal”. Así que siguió con la niña. Ella proseguía con la obra…ya habían mas líneas de otros colores y varios aerosoles estaban en el piso…En uno de esos movimientos El notó un bolso que colgaba de sus hombros. De allí salían las latas. Prestó atención al dibujo….no parecía tener sentido. Una conjunción de líneas, soles, lunas, símbolos y flores aparecían en la pared. La habilidad del fantasma marrón era admirable. Súbitamente se sintió transportado a otra parte, a otro momento perdido de su vida. El pesado calor del Tigris en verano había desaparecido, junto al dolor en sus piernas y la pesadez del blindaje. Lo había reemplazado una fría tarde frente a uno de los miles de riachos de Amsterdam, y una pared con varios pintores urbanos frente a la via de agua… Una de ellas parecía ser un calco del fantasma del desierto. Parada sobre un pequeño banco dando pinceladas. No podía comparar ni la contextura ni la vestimenta, pero si la habilidad, los movimientos rápidos, delicados y a la vez desafiantes. Las líneas que convergían en un punto y luego volvían a separarse, junto con los símbolos y algo parecido a flores de colores fosforescentes…Otra vida. Otra persona.
- Parece que tenemos una artista - . dijo una voz con acento arrastrado del Sur, perdida entre los puentes holandeses. El sacudió la cabeza y miró hacia el techo del vehículo. El Cabo también miraba a la pintora. En su interior agradeció que solo la mirara, y no siguiera con ese instinto adquirido que era el apuntar la enorme ametralladora del techo hacia donde estaba la niña.
 Un estampido lejano lo terminó de sacar de su ensoñación. Los hombres se acercaron quedándose alrededor del Humvee. Segundos después la radio comenzó a crepitar con voces bramando órdenes atravesando la estática. Mientras subían al vehículo, algunos maldecían y otros solo se mantenían en silencio. El era de estos últimos. El Humvee arrancó en una nube de polvo. Pudo oir el seco ruido del cerrojo de la ametralladora en el techo, preparándose.
Miró por el vidrio blindado de la ventanilla esperando hallar a la niña. Pero la escena había desaparecido al doblar la esquina. Y mientras se alejaba, solo pensó en el frío y en Amsterdam.