viernes, 16 de noviembre de 2012

Lyrics..

Private Investigations:

It's a mystery to me - the game commences
For the usual fee - plus expenses
Confidential information - is a diary
This is my investigation - it's not a public inquiry
I go checking out the reports - digging up the dirt
You get to meet all sorts in this line of work
Treachery and treason - there's always an excuse for it
And when I find the reason I still can't get used to it
And what have you got at the end of the day?
What have you got to take away?
A bottle of whisky and a new set of lies
Blinds on the windows and a pain behind the eyes
Scarred for life - nocompensation
Private investigations

(Mark Knopfler)

Dire Straits
Love Over Gold
1982

lunes, 5 de noviembre de 2012

Final

Las campanas del reloj anunciaron las Cinco. Casi en el mismo momento en que me senté debajo de un árbol, mientras nuestro beagle iba y venía, como ignorando la correa que lo mantenía bajo mi custodia.
En ese momento vino a mi mente el recuerdo de una tarde hacía varios años ya. Si mi memoria no me engañaba, era probable que se tratase de ese mismo árbol. No tenía perro y mi vida era distinta.
Hacía mucho que no me había puesto a recapitular el Camino que me había traído a esta ciudad. Y cada vez que lo he hecho, ha sido de una manera cinematográfica, como si se tratara de un guión similar a los miles que he visto en la pantalla. Hollywood tiene muchas historias de caminos emprendidos en busca de algo, y en los que al llegar al final del metraje, el protagonista encuentra algo que no era para lo cual había iniciado la marcha.
Su sola búsqueda había hallado otro significado y por ende, otro resultado. Tanto mejor o peor que el original.
Pero era mi vida, la vida real y como era mía, plagada de ironías. Porque en el final de este cuento, luego de giros y vueltas, yo había encontrado eso que había ido a buscar.

lunes, 4 de junio de 2012

Lectora

Como tantas otras veces, su amigo parecía perdido en una interminable lucha con su computadora portatil, lo que en ocasiones hacían esas reuniones fuera del trabajo una continuación forzada del mismo.
El también la habría notado, porque compartían cierta capacidad de percepción, de no haber mediado las vicisitudes de la tecnología. Y para su eterno enojo, ella solía decirle que era su parte mas femenina.
Había comenzado a observarla luego de que la notara mover sus brazos en el aire, sus ademanes algo exagerados mientras hablaba por el teléfono celular le recordaron a una mala actriz de telenovelas.
Deslizó elegantemente un dedo por la pantalla y cortó la comunicación. Una pequeña taza de espresso le servía de compañía al gastado volumen que parecía leer con suma atencion antes de recibir la llamada.
En los minutos anteriores a que ese teléfono sonara con la vieja versión de The Passenger de Siouxsie and The Banshees, ella se habia entretenido mirando los gestos de la joven que, ligeramente encorvada, paseaba sus ojos por las líneas de texto amarillentas. En poco tiempo pasaba de la seriedad al desagrado, a veces sus cejas se elevaban con asombro o una pequeña mueca de gracia se dibujaba en sus labios.
En un momento sus ojos se detuvieron y instantaneamente cerró el libro.  Se reclinó sobre la silla de metal y se quedó mirando el cuidado cesped de la plaza contigua detrás de los ventanales del bar. El sol comenzaba a caer cada vez mas rápido y la joven había captado su atención al punto de no prestar atención a los insultos en dos idiomas que el joven que tenía enfrente dirigía a su máquina, mientras por un motivo u otro la cerveza que ambos bebían perdía su efervescencia.
Minutos después, una pareja de la misma edad entró rapidamente al bar y se sentaron frente a la joven que leía, saludandola afectuosamente. Sorbiendo lo poco que le quedaba de la pinta de Stella Artois, notó  que sus modos cambiaban y su sonrisa y gestos se tornaban calidamente protocolares. Antes sinceros y ligeramente deshinibidos, se volvían calmados y socialmente convencionales.
Su amigo cerró la computadora con un dejo de hastío y le dijo que mejor volvía a la oficina a intentar algún tipo de back up. Ella pagó lo de los dos, se levantó y se acercó a la puerta de vidrio mirando a la joven con un sentimiento parecido a la pena.
En un momento la chica reparó en la mujer que la observaba y sus miradas se cruzaron por unos segundos, como creyendo reconocerse de alguna manera.
Cuando salió al atardecer, el la esperaba, computadora en mano.

- Siempre me pregunté cuanto dejamos atrás cuando nos subimos a la historia de otros. Eso es lo bueno de ser un cerdo egoísta...- le dijo.
Ella sonrió. Con los años, el solía tener razón.

miércoles, 22 de febrero de 2012

La dama del Millenium Bridge

Liam miró la pantalla de su celular por décima vez en solo unos minutos. La agujas del reloj virtual marcaban que solo faltaban 7 minutos para el encuentro.
Se había entretenido mirando los nombres escritos en el bronce engrisecido del monumento. Recordó la historia de su madre sobre un pariente suyo, muerto durante el Blitz y cuyo nombre se hallaba escrito en el. Otro de los "Heroes de caras sucias", según rezaba la placa.
Pero no podía recordar su nombre.
Comenzó a caminar hacia el puente, mirando lo más disimuladamente que podía hacia cada lado mientras intentaba no pensar en el pequeño pendrive negro que tenía en uno de los bolsillos internos de su saco negro.
Se centró en alcanzar el extremo de la mole de acero que cruzaba el Thames y fue en ese momento que se dió cuenta que no habia prestado atención al cuarto piso de uno de los edificios a la izquierda de la calle de daba acceso al puente.
Mejor así, pensó. Había momentos en los que algunas naves debían ser quemadas. Con seguridad Ella estaría allí, sola en la oficina siempre un rato más con el enorme monitor frente a sus cansados ojos, aunque la economía se cayera a pedazos. Como tantas cosas, sus ambiciones se asemejaban, pero al final corrían por caminos paralelos.
Supo que estaba derrotado cuando vió a los dos policías en el extremo de Bankside, que iban y venían hablandole a sus intercomunicadores. Se volvió y encontró a otros dos oficiales flanqueando a un enorme pelirrojo de impermeable gris que subían al puente caminando lentamente.
Siguió moviéndose, casi flotando, pues el futurista puente era capaz de generarle esa sensación, hasta casi sobre el centro mismo del Thames.
Allí la vió: el aire tranquilo de quien disfrutaba su lugar en el mundo, los ojos marrones detrás de los antejos de sol y el pelo castaño agitándose por la brisa fresca que apenas marcaba su delgada figura, entallada en un vestido floreado.
Se detuvo a unos metros de ella. Apoyándose en la baranda observó en sus manos una de las miles de guías sobre la ciudad que se daban gratuitamente en los hoteles y un folleto de la Tate Gallery. La misma galería que parecía hallarse a miles de kilómetros de distancia, aún a pesar de estar a la vista, al otro lado del río.
Se quedó viendola hasta que sus ojos hicieron contacto. Apenas ella lo miró, el la saludó asintiendo con la cabeza y haciendo un rápido y calculado ademán hacia los papeles en sus delicadas manos.
Había visitado la Galería y el Globe Theatre, lo cual le había demandado casi todo el día, le dijo, dando inicio a una casual charla mientras abajo una barcaza con carteles graciosos cruzaba el Thames
Durante un pequeño instante los uniformados de Scotland Yard en los extremos del puente parecieron no existir y ellos fueron lo que parecían ser: un cansado oficinista que huía de la City en busca de un pub y una turista que recorría Londres con aire solitario, perdida en sus propios pensamientos.
La mujer puso los folletos en su cartera, sacó un paquete de cigarrillos de una marca que el no pudo reconocer y siguió buscando en ella algo que no podía encontrar. Le pidió fuego con una amplia sonrisa y Liam se llevó la mano al bolsillo del saco. No fumaba pero siempre tenía consigo el viejo Zippo que había ganado en una apuesta.
Sus dedos rozaron ese pendrive cargado miles y miles de datos de información que escapaba a su entendimiento, y se devolvió a la realidad.
Una brisa fría apareció repentinamente y la mujer se acomodó la pashmina blanca que rodeaba su cuello. Sin pensarlo demasiado, el se quitó la gabardina azul oscuro y sin pedir permiso la dejó caer sobre sus delgados hombros. Ella no tuvo tiempo de negarse, solo se limitó a decir "Gracias", casi sin acento, en ese inglés perfecto que algunos extranjeros todavía hablaban y ellos parecían haber perdido.
Liam miró a su derecha, hacia la cúpula de St. Paul´s y le dijo que era un lugar magnífico para conocer. Por unos segundos se recordó junto con Ella almorzando sandwiches en los escalones de la catedral.
Sin mediar más palabras dio dos pasos hacia el centro del puente, se despidió y caminó hacia Bankside.
La brisa sin la gabardina se hizo molesta. Los dos bobbies del lado de la Tate estaban ahora mas cerca, pero aún así evitó mirarlos directamente.
Durante unos segundos casi alzó las manos como un criminal que acepta su derrota. "Ok muchachos, lo intenté pero al final ustedes ganaron" con una sonrisa sarcástica. "Ahora pueden enviarme al infierno, pero mi adelanto ya me lo gasté"..
Sin embargo permaneció callado mientras el atisbo de una idea aparecía en su mente y se hacía mas y más tangible conforme sus zapatos pisaban el acero hacia el fin del puente, esa hoja de acero sobre el Thames que esa tarde le semejaba a la planchada de una corbeta. Y el, el condenado.
Los dos policías pasaron al lado suyo, parecieron no notarlo; así Liam llegó a Bankside y caminó hacia la entrada de la Galería.
Recordó lo que transportaba y se llevó la mano al bolsillo del saco: solo encontró al Zippo.
Y en ese momento sintió al peso del mundo desapareciendo de su espalda.






miércoles, 8 de febrero de 2012

Cover

La interminable fila avanzaba bajo la intermitente llovizna, bastante más rapido que ese habitual paso de hombre de las 6 de la tarde en la que parecía que a todo el universo tenía la idea de volver a casa.
Habia dejado de lamentarse por su manera de emitir opiniones, detalle que le habia granjeado nuevamente ese puesto detrás del volante de un ignoto Ford.
Seguía escuchando a la chica en la radio, la de la voz grave y complice. Como casi cada tarde desde que había puesto pie en esa tierra no del todo extraña para el.
El ligero temblor que había invadido sus brazos y piernas habia cesado poco despues de la ultima casilla de peaje. Mientras trataba de recordar lo que le había sido indicado para esas situaciones.
De alguna manera ella habia sido la salvadora: La chica de la radio y su coincidente gusto para elegir los discos con los que matizaba las llamadas de los oyentes y las entrevistas a artistas apenas conocidos para el.
Dos veces sonó Lovesong, la version original de The Cure y otra un poco mas reciente de su más cercana Adele, antes de que la locutora se ensarzara en una ligera discusión con su operadora sobre cual de las dos era mejor.
La chica era otra fundamentalista, como el. Cualquier otra amante de la sensibleria se hubiera quedado con la de la gordita de Tottenham.
-Smith es Smith, viejo y todo. - Dijo, mirando al dial digital.
Hablar solo no era algo que le resultase extraño, ya.
Fueron los recuerdos de su mente los que lo alejaron de la ruta que habia establecido. En ocasiones manejar se convertía en un placer, simple y, mejor aún, pagado por sus empleadores.
La costanera tenía un encanto especial desde la última vez que había estado alli. Luego de un pequeño paseo decidió acercarse por el norte hacia el gris edificio de 1950.
Pero los años no venían solos, y con ellos, por fortuna, la experiencia. No le importaban demasiado los aburridos policías en sus minúsculos patrulleros que bostezaban y simulaban mandar mensajes de texto en sus celulares baratos. Su vista se clavó en los dos tipos de civil que miraban hacia todos lados de manera bastante disimulada. Uno de ellos fumaba, nervioso, mientras jugueteaba compulsivamente con unas llaves.
Leyó la escena como si de un libro de texto se tratara. Se alejó lentamente y subió a la autopista. Con suerte serían un par de horas hasta una de las fronteras mas porosas del mundo. Un par de llamadas y una sonrisa mas falsa que sus documentos con suerte lo sacarían del apuro.
Mientras la frecuencia se perdía de a poco entre la estática y un raro bootleg de Stone Temple Pilots, elección de la locutora, pensó en enviarle un mensaje felicitándola por su gusto.
Solo que no lo hizo.

miércoles, 11 de enero de 2012

Gloria de la Mañana

Era la segunda taza de té en menos de una hora. Un viejo juego de porcelana china había aparecido de algun lado, y la fría cantimplora de aluminio perdía en comparación para alojar el Earl Grey.
Dejó la delicada taza en la mesa y, aflojandose el nudo de la corbata, siguió leyendo la carta.
Su curiosidad, escudada en el poder de censura que le otorgaba su rango de Lider de Escuadrón.
Llegó a la acelerada conclusión de que, a juzgar por el contenido y el trazo largo y firme de sus líneas, el chico no había llegado a sentir esa opresiva sensación que a el mismo lo aquejaba.
Afuera, el fuerte sol de agosto bañaba el pequeño aeródromo, cuyos habitantes se preparaban para otra dificil jornada sobre Essex.
Fruncía el ceño una y otra vez, como si se tratara de un viejo y detallista profesor de Literatura que desmenuzaba con aire altivo el insufrible texto de un estudiante pleno de arrogancia.
Solo que en este caso el colegial se había ido hacía solo un día. Sus pertenencias solo ocupaban una caja rotulada con su nombre, rango y número debajo de la ventana que daba a una semederruida pared cubierta por una enredadera.
Dirigida a una tal Millie, el contenido de la misiva era un compendio de frases hechas sobre el amor, patriotismo naif y exacerbado, alguna que otra apreciación convencional sobre sus camaradas de armas y por fin, un par de palabras sobre su oficial al mando: "Está detrás nuestro como un hermano mayor cansado".
Alzó las cejas oscuras y se quedó mirando, pensativo, hacia afuera por la puerta abierta.
Tres de sus subalternos hablaban todo lo animadamente que podían, sentados en sendas y gastadas reposeras de playa. Perro, el Pastor Escocés mascota de la escuadrilla, dormitaba al pie de uno de ellos.
Casi podía imaginar los 22 años de vida del buen Harris, el escritor de la carta. El mejor de su clase, el primero en todo. La entrada al King´s College había sido el mas alto logro académico de su pequeño pueblo, a sólo un par de horas al norte de la base.
Solía ver en su Escuela a chicos como ese, destacar e intentar abrirse un camino en la vida.
Y ahí estaba el nuevamente, intentando guiarlos, pensó. No importaba que fuese en épocas de guerra o de paz.
Había cosas que simplemente caían en un orden por su simple peso.
No quiso leer más. Con suerte Harris se convertiría en otro rostro más de los que habían pasado por su vida para no volver. Tenía que ser así, al menos para preservar algo de salud mental.
Con el tiempo y las horas de vuelo había desarrollado su propio sistema de olvido. Y lo de inhumano que había en ello se minimizaba o hallaba justificación en lo que ocurria en todo el Mundo, o en ese pequeño pedazo del sur inglés. Que era lo que a el realmente le importaba.
Nunca había tenido demasiado tiempo para ser como el chico. Ya era algo así como un viejo cuando al mundo se le ocurrió volverse loco, y la alternativa a no hacer nada era demasiado ominosa como para quedarse de brazos cruzados.
Algo diametralmente distinto de las épicas opiniones de Harris a su novia.
Y si había tenido algo de el, Francia se había ocupado de quitarlo, o al menos, ocultarlo bajo una capa de lo que muchos llamaban Experiencia: de la cruda que solo se aprende de primera mano y de la manera mas dura. Hacían falta solo unos meses para lograr ese efecto. Para borrar la impulsividad, favoreciendo el instinto y cierta reflexividad instantanea en pos de la supervivencia.
Harris no tuvo tanto tiempo para desarrollar el oficio. La escena del día anterior era una pintura que el prefería se fuese difuminando de a poco, como otras tantas: El caza del chico separándose de su lider de vuelo en pos de dos desprevenidos Stuka alemanes escapando por lo bajo sobre un sembrado. El aparato mas rezagado estallando en llamas y segundos después el otro desplomándose con un ala quebrada a tiros en el medio de un trigal. Sus artilleros apenas pudiendo disparar un par de ráfagas frente a la arremetida del novato.
Pero solo pudo lanzar un par de exaltadas frases alusivas y plenas de impromperios para festejar lo que serían sus primeros y ultimos derribos.
Estaba lo suficiementemente lejos para ver a ese Bf-109 descolgarse como un buitre desde el sol y lanzarse en picado pleno de energía sobre el caza de Harris que ascendía ciegamente hacia lo inevitable.
De poco valieron sus gritos y advertencias por la radio. Una corta ráfaga desde el frente del Messerchmitt alemán y el aparato de su subalterno comenzó una lenta pero constante picada hacia el suelo.
No pudo verlo caer. Envió la palanca de gases de su Spitfire lo más adelante que pudo e intentó inutilmente dar alcance al alemán. El agudo rugido del sobreexigido Rolls-Royce Merlin invadió la cabina y las agujas de los cuadrantes se volvieron locas mientras su propio caza ganaba velocidad, seguido por su piloto de flanco, otro chico no tan impulsivo como Harris.
Pero ya el 109 ya se había convertido en un punto que se elevaba hacia la seguridad de la altura.
En su mente la escena se dibujaba como si el mismo fuese el protagonista: La presa que se pone a tiro, volviendose cada vez más grande en el punto de mira mientras el mundo se vuelve más lento y la velocidad se acrecenta al caer. La cabina, vibrante y plena de sonidos brutales. La vista clavada en el frente y el dedo enguantado que presiona el pulsador. Las alas que vibran mientras las ocho armas del Spitfire sueltan una rabiosa perdigonada de trazadores y perforantes sobre el desafortunado aparato adelante. El metal que se raja y el humo, a veces negro, a veces gris, que aflora desde el frente hacia atrás. En ocasiones una explosión o una caída directa. Y luego el cielo, cuando la palanca de mandos se llama hacia el cuerpo y la vista se ennegrece por segundos.
Asi era cuando el cazaba. Y algo parecido debió haber experimentado el alemán.
Asintió para si mismo. Así eran las reglas del juego, si algún enfermo todavía podía llamarlo de esa manera.
Juego. Con el correr de los meses su odio a los que tomaban el combate como algo deportivo había crecido hasta casi perder su límite. Al menos su hermano menor, otrora gran jugador de Rugby, no tenía que estar en ese campo. La lesión que lo confinó a una silla de ruedas hacía varios años se había encargado de eso.
Y de una envidia sin limites hacia su persona.
Sintió una leve palma en su hombro izquierdo. Levantó la cabeza y halló a Podolski mirándolo con sus vivaces ojos grises, taza de café la mano izquierda, varias libras en la derecha y una sonrisa satisfecha. Habia sido otra noche de ganancias, despojando de su paga a otros pilotos.
- Quien diría que en Varsovia se aprendía a jugar al poker tan bien...-
- Ciudad de mierda, pero enseñó algo util antes de salir a patadas de allá.- dijo, con su entrecortado, trabajoso acento.
- Siempre hay gente que sale beneficiada en estas guerras, en general los tahúres como tú. Cuando mas pasa el tiempo, menos cambian las cosas. -
Tenía derecho a algo de suerte, pensó. Los tipos como Wladyslaw Podolski arrastraban desgracias desde el momento en que a Hitler y Stalin se les había ocurrido repartirse Europa. 30 libras, rédito una partida nocturna de cartas con sus correspondientes ojeras eran poco en comparación.
- A proposito, Harris. ¿Sabías donde cayó? -
Negó con la cabeza mientras rapidamente bajaba la mano en la que tenía la carta.
- Afueras de su pueblo. 500 metros de su casa.-
La boca del polaco formó una especie de sonrisa triste e interrogante que El le atribuía a sus experiencias pasadas. Por sobre todo se hallaba la busqueda de una respuesta más allá de lo obvio.
-Fuimos demasiado al Norte. - contestó.
Podolski caminó hacia la puerta, ansioso por alguna nueva víctima que lo hiciera más rico. La Universidad de Varsovia había preparado buenos matemáticos, antes de ser bombardeada, pensó.
Se incorporó y miró la caja que había pertenecido al tal Harris, Peter. Oficial Piloto. RAF Nº 35546.
Era todo lo que quedaba de el, como había sido todo lo que había quedado de tantos otros. Cartas, fotografías, algún disco, un poco de ropa y libros o revistas.
Sostenía la última carta con fuerza. De alguna manera todo tuvo un sentido para el chico. La carencia del miedo, el arrojo desmedido y el amor expresado en lineas simplistas.
Y luego, el final defendiendo el terreno donde había crecido.
Para aquellos que creen en el libre albedrío, el destino era un buen contendiente.
Por unos segundos observó el teléfono de baquelita que estaba en su escritorio. Hacía mucho tiempo que no le asaltaban esas ganas de hablarle.
Con suerte estaría preparando sus clases a esta hora. Ajena al mundo, con sus cigarrillos y su bicicleta verde afuera de la casa de su tía, esperando a la tarde para sentarse al sol cerca del Castillo a leer. No era una mala vida. Y si alguien podía influenciar su destino, esa persona era June.
Recordó una tarde en la que pedaleaban juntos hacia el trabajo. Esa pintada escrita en la centenaria pared de la escuela, hacía casi un año:
"El miedo tiene su utilidad, la cobardía no", con la temblorosa caligrafía de un estudiante influenciado por los diarios y la cerveza.
El teléfono sonó en ese instante, la molesta y metálica campanilla pareció resonar en todo el aeródromo. Sus ojos y los de los otros 4 hombres que estaban allí se clavaron en el aparato.
Levantó el auricular, del otro lado escuchó a una chica con el acento scouse de Liverpool desde la estacion de sector.
-5 minutos - fue su unica respuesta.
No necesitó decir más a sus subalternos. Podolski se encargó de ello.
Alisó lo mejor que pudo la carta y la metió en su sobre, Harris había olvidado cerrarla. Luego abrió la caja y la depositó allí. La tal Millie sería la siguiente lectora.
Miró por la ventana hacia la enredadera que cubría el muro. Advirtió que muchas glorias de la mañana crecían al pie de el. El profundo color violáceo de sus pequeños petalos creaba un bello contraste frente al verde de la planta.
Alguna vez June le había explicado su significado como flor, junto con el de otras especies. Irónico, como mínimo.
Tomó su chaleco salvavidas con una mano, sus antiparras con la otra y caminó hacia afuera. El sol de agosto lo recibió nuevamente al caminar con paso cansino hacia su Spitfire. Perro comenzó a ladrar nerviosamente, quizás a manera de despedida.
El aérodromo volvió a llenarse sonidos de actividad: Los Merlin revivían y comenzaban a girar, escupiendo fuego y humo  por los escapes mientras sus cilindros se limpiaban. Los mecánicos iban y venían cumpliendo las últimas revisiones. Ojos y oídos escrutaban el cielo.
Y concluyó que, tratándose del idioma de las flores, June no era mujer de rosas.