jueves, 1 de julio de 2021

"You come to see Jimmy?"

El viejo Pere Lachaise me tenía de visitante esa tarde, tan soleada y fría como puedo recordarla.
Viviendo en donde vivo, casi que considero al turismo algo parecido al insulto. Pero aún asi es lo que nos da de comer y lo que en definitiva, nos deja movernos cuando las circunstancias lo permiten.
Y ahi estaba, otro turista más de cementerios.
Dos de ellos en tres días, extraña marca. Solo que en este caso la huella de la realidad del primero me había dejado una sensación imborrable en la mente.
No estaba tan lejos de la entrada, la tumba del buen Morrison. Fácil fue encontrarla, a juzgar por la cantidad de deudos tardíos que tenía cerca. 
Pero yo aún tenía grabadas esas imágenes de piedra blanca enterrada en cesped verde. Miles y miles de ellas, una película hecha realidad mientras a lo lejos se escuchaban las olas del Canal de la Mancha. La playa Omaha y sus sonidos de guerra, sin ningún fantasma a la vista.
Un tipo de arrogancia, estupidez, odio, valentía y convicciones. Uno infinitamente mas grande. Cinceladas en lo blanco del mármol, las fechas de cientos y cientos de adolescentes o veinteañeros, todos sin elegir su lugar definitivo. Algunos simplemente por error.
La mayoría por una bala. O cinco. O más.
Un horror imposible de recrear allí a simple vista: un favor que nos habían hecho los paisajistas. 
Una belleza irónica, de silencio entre el mar y los acantilados. El espanto enmascarado detrás de miles de arbustos del bocage. 
Pensé en quienes tienen el don de crear belleza de donde no existe, a veces burda y contestataria, pero no por eso menos bella. Un don, digno de ser compartido, y de un egoismo especial, cuando se decide esfumarlo.

Vuelto al Pere, un viejo hippie me sacó de mis recuerdos recientes. 
- " you come to see Jimmy?..."-   me preguntó con vos aguardentosa, mirándome lánguidamente detrás de sus gastados anteojos de aviador. 
"- No . "- le contesté. Mientras imaginaba a la baronesa Demidoff riendose de mi en las alturas del camposanto.
- "Ya no." -   

  



miércoles, 19 de mayo de 2021

Saludo

 Manejaba con una lentitud calculada, disfrutando de esos últimos momentos de libertad antes de comenzar a cumplir una condena tan difusa como imposible de razonar. Un poco como todas las condenas, según los que están obligados a cumplirlas.
El anochecer dejaba vislumbrar los faros de otros autos, volviendo apresurados a sus moradas para cumplir con el toque de queda. Mientras se alejaba de la playa, concluyó que no hay barrotes mas duros de franquear, que los de una celda sin ellos. 
El viento del sudeste bamboleaba ligeramente su automovil, como si quisiese alejarlo de la costa, enviándolo de como una madre asfixiante a su morada. 
Siguió derecho varias calles hacia el oeste. Los álamos y sauces ya advertían el otoño, aún iluminados por las débiles luces de las farolas.
Súbitamente giró hacia la izquierda, presa de un subito y ligero ataque de rebeldía que lo convenció de robar un poco de gracia a ese largo crepúsculo que se acercaba.
Vió el auto de ella estacionado entre esos abetos que su padre había plantado hacía décadas justo al borde de la calle. Así que supo que estaba en su casa. La familia cenando o aprestándose a ello. 
El furtivo juego de las bocinas se había hecho una especie de costumbre entre ambos. Un código secreto siempre al borde de ser descifrado si no se cumplían ciertas reglas. El, siempre precavido, revisando el área cada vez que pasaba frente a su casa. Ella, más espontánea y ruidosa, sin importarle demasiado el decoro y siempre desafiando alguna lacerante convención de pueblo pequeño.
La oscuridad del momento discurría hasta por el éter de la radio, destruyendo esperanzas con las palabras de un locutor describiendo una realidad que no parecía ser del todo real.
Aminoró la marcha y buscó con la vista delante, algun caminante, o peor aún, la triste sombra de su pareja. 
Deseo ver la sombra de ella entre la luz amarillenta de los ventanales, esos ante los que, en su imaginación, contemplaban juntos algun amanecer de esos inconfesables. 
A sus espaldas, un par de calles detrás sintió el lejano brillo de unos faros grandes. Aceleró ligeramente, con su ansiedad confinando ese deseo. Pasó por el frente del viejo y grande chalet, y por el rabillo del ojo apenas la vió. Casi como un bello fantasma escondido, mirando la nada y quizá esperandolo.
Se odió por no poder detenerse, por pensar en otros ojos centinelas en los ventanales superiores.
Pero se alegró al ver la alta y distinguida silueta, iluminada al contraluz de los faros que doblaban en la otra esquina, parada atrevidamente sobre la pequeña loma de la calle y saludándolo.
Giró en la esquina siguiente y presionó fuerte para que resonara la aguda bocina de su vehículo, despidiéndose hasta la próxima complicidad. Sabiendo que el tiempo y las esperas, bien valian el juego .
 

 






lunes, 22 de marzo de 2021

Profugos.



Mediodía soleado, de ráfagas templadas. De esas del este, que presagiaban tormentas.
Cien pasos, solo cien, o ciento diez. El eco del sonido de las olas rebotaba entre las paredes de los edificios. Una discordante sinfonía danzando entre la mezcla abigarrada de estilos de cada construcción.

Caminaba despacio, con una cautela extraña y no del todo comprendida aún por el mismo..
Necesitaba ese momento, la pequeña dosis de todos los días, parte de un pasado y una normalidad muy fresca, pero que al decir de muchos, ya había desaparecido.
O eso decían los de los noticieros.  
La arena se arremolinaba con el viento sobre las cuarteadas maderas de la rambla. Algunos clavos sobresalían de sus bordes. Las manos que solían mantenerla, hacía un tiempo que no le dedicaban sus atenciones
.

Cincuenta pasos más, mirando hacia los costados, atento a novedades. Tensión en aumento: un motor carraspeando por la avenida. Demasiado maltratado y un poco antiguo. Aún para un patrullero.
Veinte pasos más, casi a la carrera, ya pisando las tablas de pino. La vista hacia el norte y al sur, y una fuerte inspiración, con ganas de arrojar el tapaboca a cualquier parte.

Nadie a la vista. En otro momento hubiera sido un signo de tranquilidad, de un interno lapsus de egoísmo y disfrutable fortuna. Una carencia de intrusos cada vez mas extraña conforme los tiempos iban pasando y las personas iban escogiendo su hogar como destino.
El gris azulado del mar captó su atención como en cada ocasión en la que había puesto los pies en esa playa. Esa compleja atracción hipnótica de aquello que siempre se movía, yendo y trayendo todo lo imaginable a esas costas.
Sonrió ante la ironía: la peste había venido por aire y no por mar. Y mientras avanzaba por la rambla concluyó que cualquier cosa venía bien para arrancar una sonrisa oculta.
Enfilando hacia el sur caminó lentamente,  con el gris sinsabor de que tan pequeño acto se sintiese como un desafío
.
Las ventanas de los edificios costeros parecían tener miles de ojos. Dandole la espalda al mar se quedó observándolas, y sintió como una sensación agria se abría paso entre la incomodidad y la tensión.

Casi creía verlos, detrás de los vidrios espejados y la oscuridad de las cortinas.  El miedo y la sugestión en sus miradas, el sonido del mar tapado por el audio alarmante de las radios y los viejos televisores traídos de la ciudad.
Nadie estaba totalmente en lo cierto, ni el ni ellos,  pensó. Y siguió con sus pasos hacia el sur.

A lo lejos una figura comenzó a hacerse cada vez mas visible, casi chapoteando entre la espuma. Pasos lentos, andar cansino, y un viejo sombrero de ala ancha casi volándose por el viento cubriéndole el rostro moreno y ajado por décadas de sol playero.
No se conocían, pero inclinaron la cabeza en un saludo cómplice, reconfortados por la lejana compañía de uno y otro. De no ser los únicos.
Y así siguieron sus pasos, dos extraños, dos rebeldes de un extraño sentido común
.