domingo, 26 de junio de 2011

El Caminante de King´s Road

Siempre tendría la duda de que, si alguien le vendía algo que no era, y esto le funcionaba, ¿estaría siendo estafado?.
De todas maneras Londres engañaba bien. Al menos climatológicamente.
Mostrando su mejor cara como esas mujeres de la aristocracia venidas a menos que, al terminar la noche vuelven a sus raídas mansiones y se quitan lo poco que les queda de ese caro maquillaje heredado.
Y aún así, a pesar de su implacable suspicacia, le parecía maravillosa.
De la maraña de estaciones de subterráneo ubicó Sloane Square y descendió allí. Los omnipresentes carteles que urgían a reportar actos sospechosos hacían acto de presencia allí también. Adheridos a los azulejos verdes gastados de la vetusta estación.
El hecho de moverse agilmente por toda la ciudad saliendo de las entrañas de la tierra le resultó curioso y, por módicas 7 libras, fundamentalmente práctico.
Para muchos ese era un día especial, tanto más si todo tipo de medio de comunicación se esmeraba sobremanera en anunciarlo. Pero el ya estaba en otro plano de intereses.
Minutos antes había disfrutado de un momento de lectura con un pasquín sensacionalista en sus manos. A la sombra de las cámaras de vigilancia de Vauxhall Cross, frente al río. Dándole la espalda a ese portento de la arquitectura que era ese edificio que semejaba a una fortaleza. De la cual los hombres al servicio secreto de su Majestad salían a hacer lo que siempre se les había encomendado para el bien del Imperio...o del Capitolio mas al norte. O más al oeste, cruzando el charco.
Se preguntó cuantos nostálgicos habría ese día ahi dentro. Detrás de los vidrios verdes recordando otras épocas de gloria, cuando ese edificio era apenas un proyecto. Ahora sentados en sus escritorios, trabajando de menos en un día feriado.
Salió de la estación. Chelsea se veía agradable en plena tarde.
Siguió un par de calles hasta que la coqueta King´s Road hizo su aparición. Dobló a la izquierda y siguió por ella. Cualquier otro turista podría haberse entretenido viendo los carísimos trajes a medida y renegar por la invasiva profusión de Starbucks y Pret-a-Manger que parecían tener intenciones de apropiarse de cualquier local que mas de 70 metros cuadrados.
Buscó por todos lados y le sorprendió no hallar ningún monumento o memorial de algo. Esa ciudad tenía memoriales para todo tipo de persona o agrupación de lo que pudiera imaginarse. No le hubiera sosprendido que existiera uno para los atuneros que combatieron braviamente en el sitio de nosequé en 1860.
Eran las edades lo que realmente le causaba algo parecido a la tristeza. Ya fuera un piloto de uno de esos Spitfires que había visto volar esa tarde, aunque caido sobre Kent a los 28 años cuya foto en blanco y negro había visto en un museo el dia anterior, o esa chica de 23 cuyo nombre estaba en el memorial al atentado de Bali en 2002, y que luego motivó la frase "Osama don´t Surf", tan cara a su propio tiempo.
No le costó imaginarse a ese piloto con el pelo más largo y una remera Quicksilver tomando cerveza en un pub 70 años después . Y esa chica simplemente tenía su edad durante esos años.
La mente tenia caminos extraños. Y el solía recorrerlos con una facilidad pasmosa.

Era una ciudad en la que la realidad y la ficción se entremezclaban de la misma manera que el presente y la Historia. Siguió caminando, viendo si podía hallar esa pequeña callecita cortada.
Había leido sobre ella y sobre uno de sus vecinos. Otro de esos guerreros de una guerra ya terminada, pero no olvidada.
No importaba que fuese solo la creación de un escritor. El viejo Cornwell tenía el don de dotar a sus personajes de carácter, sentimientos, pensamientos y de transmitir sensaciones. En sumatoria, de darles algo asi como vida.
Imaginó al buen Smiley, porque de él se trataba, caminar desde Sloane hacia Bywater Street, la pequeña cortada que había estado buscando. Pensando en Karla y en la siempre abandonica Ann. La más Puta de las Señoras, y la mas Señora de las Putas, diría un español.
Caminó por la angosta calle, entre autos medianamente caros y algún que otro Porsche. Al final de la cortada una familia celebraba un cumpleaños para uno de sus hijos.
Se acercó al numero 9, que colgaba dorado de una puerta roja, con un mapa en la mano que oportunamente lo identificaba como turista.
La mochila liviana y el mapa siempre le habían motivado un trato amable por parte de los lugareños. Incluso de los famosos policías londinenses, que en su mayoría portaban subametralladoras MP-5 con diversos aditamentos para complementar la porra que la vieja cultura popular había hecho famosa.
Cosas del tiempo en que se vivía.
Miró hacia arriba, hacia una de las dos ventanas de la planta superior del 9 de Bywater. Estaba parado en las mismas baldosas en las que George Smiley admiraba a su mujer Ann, ella siempre en la momentánea compañia de su amante de turno. Engullendo su rabia y redirigiéndola taciturnamente en hacer pedazos al Centro de Moscú, durante el invierno de esa Guerra Fría que había vivido apenas para ver el final. Sin entenderlo demasiado.
Subitamente miró sobre su hombro. Y no vio a nadie que se acercase. Ni a Peter Guillam esperando en algun deportivo de los 70´. Tampoco vio un Morris Mini, simplemente porque George ya no estaba allí.
Volvió hacia King´s Road, que bullía menos que los chicos del cumpleaños al final de la calle.
Se alegró al encontrar en la esquina, un salón de té. Milagrosamente parecía no pertenecer a ninguna enorme cadena.
Pidió un Earl Grey y se sentó en una de las mesas del fondo, mientras un grupo de españoles hablaba de la Boda Real de ese día y se quejaba de la situación de su propio país.
Recordó esa pequeña promesa que se había hecho casi un lustro atrás, una tarde gélida mirando el Atlántico con una de esas viejas novelas entre sus manos. Y sonrió para si mismo.
Era agradable cumplirlas de tanto en tanto....