jueves, 27 de febrero de 2014

Cajita magica.

Portaba mi primo una caja verde de pequeñas tablitas clavadas que seguramente habìa sido acreedora a un  4 como màximo en las clases de taller del Industrial, como si fuera el mas grande de los tesoros. Uno que nos permitirìa pasar algunas de las frìas tardes de las vacaciones de invierno madariaguense, encerrados con algo que consideràbamos como mìnimo, "novedoso."
El y yo habìamos agotado muchas de las ideas del usual vandalismo que todavìa los chicos de 8 a 11 o 12 años podiamos expresar en la calle en esas épocas.
Se habían doblado llantas de bicicletas y maltratado sus cuadros, roto vidrios de vecinos, y usado el barrio como campo de batalla urbano con otros chicos del lugar gastando los sobrantes de petardos de la navidad Ya solo nos quedaba repetir las tropelìas, hasta que, en algún momento, la edad y la pèrdida de la inocencia relegasen todo a un buen recuerdo.
Tenìa ese "ordenador", como extrañamente le dicen los españoles, desde hacìa un par de años. En cierta manera se lo debìa a Claudio Paul Caniggia y al gol que le habìa hecho a Brasil previo pase del Diego una tarde de 1990. Mi padre me habìa prometido que si Argentina sacaba a su "pais hermano" del Mundial de Italia, mi hermana y yo ibamos a recibir un obsequio.
No creo que le importara saber que ya habìamos descubierto la voluminosa caja de cartón negra debajo de su cama y que ni siquiera el infame cuadrúpedo de Codesal iba a impedir la entrega del mismo, dìas despues de ese domingo gris de catàstrofe mundialista.
 Habíamos desalojado a mi abuela de su habitaciòn por varios dìas en un vil intento de poder armar nuestro dispositivo de divertimento invernal: de la caja negra con las palabras CZ Spectrum que habìa traido desde Gesell luego de un epico viaje en el Montemar, saquè un grueso teclado negro con unas llamativas teclas de plástico blando celeste, decorado con un no menos llamativo arcoiris en uno de sus ángulos, unidos a un enorme transformador que parecìa querer absorber toda la electricidad de la casa. Un grabador de cassette Hitachi y un viejo televisor Philco B&W, resabios de la època del "deme dos", completaban la trìada destinada a intentar quitarnos el aburrimiento de las tardes por venir en el ya demasiado tranquilo General Madariaga.
Todo eso, sin contar el cablerìo: conectando el grabador al teclado y este al televisor, y otros tantos cables a la red electrica, un pobre enchufe de dos patas sostenìa un triple fabricado hacia 40 años del cual salìa toda la madeja.
Pero nada de eso nos importaba demasiado, determinados a meternos de lleno en esa pantalla vieja, ahorràndonos el precio de las máquinas de los salones arcade que habìan empezado a brotar de todos lados como venìan haciendolo los lavaderos, videoclubes y las ya extintas canchas de paddle.
Abrì el barato candado chino que guardaba el cerrojo de la cajita verde y me encontré con un par de decenas de viejos cassettes, prestados por un amigo de mi primo, el cual ya les habìa sacado el jugo durante años. Los primeros no nos convencieron, versiones del Pac-man y Tetris, juegos a los que nunca les habìamos prestado mucha atenciòn desde nuestra mas tierna infancia, cuando por unos australes podìamos comprar la ficha para empezarlos y jamàs terminarlos, aunque ahora sin que se convirtiera en un presupuesto.
Probè con otro que parecìa ser un simil Wonderboy, a juzgar por el dibujo mal fotocopiado de la caràtula del cassette. Apretè play en el grabador y LOAD desde el teclado, y, oh sorpresa, no se dignó a correr.
La buena Spectrum ya tenìa sus años, pero el "Sinclair 1982" que surgìa en letras negras sobre fondo blanco como anuncio al encenderla no nos desmoralizaba. Querìamos descubrir sus secretos, o al menos pasar un buen rato sin tener a un vecino corriendonos después de haber roto algo en esas tardes de siestas eternas.
Uno tras otro pasaban los candidatos, sin resultado, y asi tambièn pasaba la tarde. Load, play, un par de chirridos...y el juego no se dignaba a aparecer en la triste pantalla del televisor. Empezabamos a creer que nuestra frustración de gamers de la edad de piedra tenia mucho que ver con las fotos de la querida Margaret Thatcher regalando Spectrums a dignatarios extranjeros como prueba triunfal de la tecnologia britànica para el pueblo, cuando mi primo tomò otro de los cassettes.
La caja tenìa uno de sus costados rotos y la caràtula parecía haber sido dibujada por el amigo benefactor, aburrido en su pupitre una mañana de escuela: Las palabras Enduro Racer escritas con fibrón sobre un recorte de hoja milimetrada, muy probablemente destinadas a las horas de matemàtica,  y lo que parecía ser una moto con un monigote simil piloto de carreras sentado en ella.
Acto seguido conecté un joystick negro con enormes teclas amarillas, Made in Argentina alfonsinista, que habíamos comprado en previsión de los juegos, mas allá de que el proposito original de la vetusta máquina hubiera sido lo "educativo".
Mientras el sol de julio desaparecía rapidamente por la ventana del patio, empezamos con la letanìa del Play, Load, cuatro padrenuestros y 5 avemarías a ver si ese puto juego se dignaba a correr.
Fueron un par de minutos de chirridos en el grabador y gráficos extraños en la pantalla del batallado Philco hasta que nuestra perseverancia se vio coronada con los cuadrados sprites de una moto con el titulo del juego y una horrible melodìa midi, pero que para nosotros nos sonaba tal cual una sinfonìa de Roxette.
Un par de teclas y en pocos segundos estaba al mando de una moto de enduro que simulaba ser una pieza de alta ingeniería del año 1987, corriendo por una ruta de tierra que exudaba todo el realismo que un televisor blanco y negro y un procesador de 64kb podían dar en ese entonces.
Fueron momentos gloriosos. Las tardes restantes del invierno estaban salvadas: horas y horas de alienación electrónica iban a ser el fruto de otras tantas horas y horas de lucha contra esa maraña de cables y tecnología setentosa. Era la novedad, oculta para nosotros desde hacía años. Era la diversión que tantos otros tenían y ahora podíamos disfrutar. Era esa motito y tantos otros maravillosos sprites mas que habian estado por años aprisionados en esas jaulas de plástico y cinta magnética, ahora liberados por nuestra estoica búsqueda de vicio.
Pero de repente la imagen se achicó a la nada y la pantalla del Philco quedó muerta. El horror nos invadió luego de esos segundos de extasis y asombro.
Algo estaba mal, algo iba fuera del cuadro. Y ese algo era nuestra abuela, entrando a su habitación para ver que había sido de sus nietos: habia abierto la puerta y esta habia enganchado el triple, que había salido despedido y junto con el el grabador y la pesada fuenta de alimentación de la Spectrum.
Durante dos segundos reinó el silencio, y luego dos niños estupefactos se convirtieron en un par de energúmenos capaz de aprender lituano para poder insultar en otro idioma más a su propia abuela.
Esta huyò espantada, aúnque las consecuencias vendrían despues. Y eso ambos lo sabíamos. Los manuales de crianza progresistas no tenían lugar en esas bibliotecas.
Mientras tanto, mi primo y yo contemplanos los cables, el grabador debajo de la cama y la fuente desarmada...y volvimos a empezar.
La moto tenía que seguir su camino.