miércoles, 19 de mayo de 2021

Saludo

 Manejaba con una lentitud calculada, disfrutando de esos últimos momentos de libertad antes de comenzar a cumplir una condena tan difusa como imposible de razonar. Un poco como todas las condenas, según los que están obligados a cumplirlas.
El anochecer dejaba vislumbrar los faros de otros autos, volviendo apresurados a sus moradas para cumplir con el toque de queda. Mientras se alejaba de la playa, concluyó que no hay barrotes mas duros de franquear, que los de una celda sin ellos. 
El viento del sudeste bamboleaba ligeramente su automovil, como si quisiese alejarlo de la costa, enviándolo de como una madre asfixiante a su morada. 
Siguió derecho varias calles hacia el oeste. Los álamos y sauces ya advertían el otoño, aún iluminados por las débiles luces de las farolas.
Súbitamente giró hacia la izquierda, presa de un subito y ligero ataque de rebeldía que lo convenció de robar un poco de gracia a ese largo crepúsculo que se acercaba.
Vió el auto de ella estacionado entre esos abetos que su padre había plantado hacía décadas justo al borde de la calle. Así que supo que estaba en su casa. La familia cenando o aprestándose a ello. 
El furtivo juego de las bocinas se había hecho una especie de costumbre entre ambos. Un código secreto siempre al borde de ser descifrado si no se cumplían ciertas reglas. El, siempre precavido, revisando el área cada vez que pasaba frente a su casa. Ella, más espontánea y ruidosa, sin importarle demasiado el decoro y siempre desafiando alguna lacerante convención de pueblo pequeño.
La oscuridad del momento discurría hasta por el éter de la radio, destruyendo esperanzas con las palabras de un locutor describiendo una realidad que no parecía ser del todo real.
Aminoró la marcha y buscó con la vista delante, algun caminante, o peor aún, la triste sombra de su pareja. 
Deseo ver la sombra de ella entre la luz amarillenta de los ventanales, esos ante los que, en su imaginación, contemplaban juntos algun amanecer de esos inconfesables. 
A sus espaldas, un par de calles detrás sintió el lejano brillo de unos faros grandes. Aceleró ligeramente, con su ansiedad confinando ese deseo. Pasó por el frente del viejo y grande chalet, y por el rabillo del ojo apenas la vió. Casi como un bello fantasma escondido, mirando la nada y quizá esperandolo.
Se odió por no poder detenerse, por pensar en otros ojos centinelas en los ventanales superiores.
Pero se alegró al ver la alta y distinguida silueta, iluminada al contraluz de los faros que doblaban en la otra esquina, parada atrevidamente sobre la pequeña loma de la calle y saludándolo.
Giró en la esquina siguiente y presionó fuerte para que resonara la aguda bocina de su vehículo, despidiéndose hasta la próxima complicidad. Sabiendo que el tiempo y las esperas, bien valian el juego .