martes, 10 de julio de 2018

Cadaver Exquisito (2)

Ella tenía en sus manos el último libro que el le había regalado. Habían sido algunos pocos que vagamente hojeaba, aunque valoraba ese gesto poco habitual en él. 
Le costaba desprenderse de las cosas, como si algo de él se fuera con ellas.
Acarició la cubierta suave, tan suave que toda su piel se erizó. ¿Alguna especie de advertencia?  ¿ y si abrirlo revelara algo para lo que ella no estaba preparada? El fino cuero negro y las letras de un dorado opaco hablaban de una edición muy limitada y algo antigua. La curiosidad ganó y al abrirlo pudo sentir un perfume seco, como especiado, que inmediatamente la transportó a otra época, no muy lejana, pero aún asi fuera de esa actualidad. Ese aroma  amizclado la embriagó a tal punto que dejó caer el libro al suelo. Al levantarlo notó que algunas páginas estaban marcadas con un discreto pliegue, en el ángulo superior. Era la primera vez que encontraba cosas en sus libros. Sin embargo recordaba las veces en las que el le contaba lo mucho que le agradaba dejar esos rastros, como migas en un laberinto. Rastros que ella nunca había encontrado en los suyos hasta hoy.  Algo había cambiado en cierto nivel apenas perceptible. Y no podía interpretar bien que era. Quizas como si ella fuese la excepción y sus regalos sin rastros en ellos fuesen una manera de preservarla del pasado que estos podian ocultar. Se agachó y recogió el libro con su mano derecha buscando las hojas señaladas. Al abrirlas apenas pudo deleitarse por la calidad y el gramaje del papel, la tipografía exquisita y ese cautivante aroma que ya habia percibido. Con su vista,  ya cansada de horas sobre monitores buscó alguna señal en los párrafos de la primera pagina. Solo pudo encontrar la palabra Te, subrayada con trazo firme en tinta china. Y algo en ella quizo detenerse porque quizás imaginaba la palabra que estaba subrayada en la siguiente.
Hacia varias semanas que la noticia de que el habia desaparecido era moneda corriente. Durante unos momentos quiso volver a poner el libro en el grueso sobre de Federal Express, como si eso lograra volver el tiempo atrás. Pero ya sabía de imposibles, solo que el, era probable que no.

sábado, 7 de julio de 2018

Cadáver Exquisito (I)

Somos tan insignificantes que si no hacemos lo que nos gusta no somos una mierda. Me lo dije frente al teléfono frío que tenía en mis manos, aún más frías por el sudeste rabioso de esa tarde que me encontró caminando por los acantilados. 
En la cornisa y con un teléfono en la mano. 
Era probable que eso motivara la aparición de algún buen samaritano con un discurso iluminador, o peor, un patrullero ostentando sus ya no tan novedosas luces de led. 
Pero no. Estoy sólo con mis demonios en un paisaje tan intimidante como mirarte a los ojos.  
Volví a hablar como pidiendo que me escuches, desde abajo, al sonido de las olas martillando la escollera. Y el blanco de la espuma.
Cómo se detiene el tiempo al mirar la rompiente.  Un estado de hipnosis.  Un rincón de la mente a salvo de mí. De mi ansiedad cansada de inercia. Quisiera quedarme así hasta que la última gota de cordura se disuelva con la espuma.
La espuma del mismo mar que acaricia mi costa fría, inclemente, y también la tuya, tropical densa e incierta.
Ese mar que no es más que una gran ola que va y viene sin detenerse nunca podría ser la simple metáfora de nosotros dos. Si no fuera por las infinitas corrientes submarinas, la arena, el aire, la vida. Así de simple y de complejo lo que nos une. 
Presiono enviar en la pantalla azulada y nadie escucha mi carcajada desbocada cuando el aparato se estrella en la escollera.

G y M.