sábado, 7 de julio de 2018

Cadáver Exquisito (I)

Somos tan insignificantes que si no hacemos lo que nos gusta no somos una mierda. Me lo dije frente al teléfono frío que tenía en mis manos, aún más frías por el sudeste rabioso de esa tarde que me encontró caminando por los acantilados. 
En la cornisa y con un teléfono en la mano. 
Era probable que eso motivara la aparición de algún buen samaritano con un discurso iluminador, o peor, un patrullero ostentando sus ya no tan novedosas luces de led. 
Pero no. Estoy sólo con mis demonios en un paisaje tan intimidante como mirarte a los ojos.  
Volví a hablar como pidiendo que me escuches, desde abajo, al sonido de las olas martillando la escollera. Y el blanco de la espuma.
Cómo se detiene el tiempo al mirar la rompiente.  Un estado de hipnosis.  Un rincón de la mente a salvo de mí. De mi ansiedad cansada de inercia. Quisiera quedarme así hasta que la última gota de cordura se disuelva con la espuma.
La espuma del mismo mar que acaricia mi costa fría, inclemente, y también la tuya, tropical densa e incierta.
Ese mar que no es más que una gran ola que va y viene sin detenerse nunca podría ser la simple metáfora de nosotros dos. Si no fuera por las infinitas corrientes submarinas, la arena, el aire, la vida. Así de simple y de complejo lo que nos une. 
Presiono enviar en la pantalla azulada y nadie escucha mi carcajada desbocada cuando el aparato se estrella en la escollera.

G y M.

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