I: El.
La base de bajo de No tan Distintos era el
tono personalizado que sonaba al recibir tus mensajes y fue la sorpresa de ese
atardecer de sábado. Sumo era la mejor banda del mundo, me habías dicho varias
veces.
Hacía meses que había dejado de pensar en vos.
Las constantes peleas con aquella persona en la que ya no quiero volver a
pensar se habían convertido en un ruido blanco que filtraba casi todos mis deseos
y pensamientos.
A veces se toma un camino y a veces otro lo
toma por uno.
Dejé el teléfono en la mesa, porque conociéndome, habría caído en la
trampa de otras veces: la ansiedad tomando las riendas y las palabras saliendo
a borbotones. Nuestro idioma perdiéndose en trivialidades. Esa conexión que me
cautivaba fundiéndose en la gris estática de la confusión.
Me
quedé viendo la pantalla del televisor mudo. Cary Grant en silla de ruedas
sosteniendo una pesada cámara de fotos. Grace Kelly abriendo una valija
minúscula de la que salía un camisón de seda infinito y liviano como una mariposa.
Volví a tomar
el teléfono. Decir que Sí me
generaba una placentera adrenalina, pero también me había predispuesto a saborear la
incertidumbre como si se tratara de un buen vino, de esos que se aprecian
cuando se crece.
Pero a mí nunca me gustó el vino.
Te pregunté la hora y me obligué a estar ahí
un rato antes. Quería estar un tiempo solo en ese bar oscuro, testigo de todas
las épocas. No podías haber elegido mejor lugar.
El tiempo transcurrió despacio. Me relajé
viendo la película en mute mientras me preparaba para salir. Al ir hacia la
puerta me miré de reojo al espejo y caí en la cuenta de que estaba yendo a
encontrarme con vos.
Son los detalles pequeños los que asoman
cuando uno quiere recordar momentos importantes: la delicada aspereza de mi
abrigo, el sabor de tu lápiz labial, cualquier mínimo elemento que nos lleve de
la mano a lo memorable.
Manejaba despacio y distraídamente
noté que estaba a unas pocas calles de tu departamento. Mi mente divagante me
llevó a la tarde de nuestro último encuentro: El café que te gustaba tomar a
las 7 de la tarde y un vinilo de Lou Reed.
Recuerdo bien esa tarde porque fue ahí cuando
dejé de verte como una sílfide psicodélica de ojos grises que se alejaba
sonriendo de todo y de todos. Fue esa
tarde en la que fijé otra imagen a mi álbum mental: las curvas delicadas sutilmente
destacadas en tus pantaloncitos de baile negros, el sweater enorme y los brazos delgados con mitones sosteniendo
esa taza verde jade. El hombro izquierdo desnudo y la luz del velador sobre el
largo de tu cuello.
Paré en un semáforo y con mis dedos busqué a Robert
Smith y a su voz de oboe.
A Night Like This.
Esa otra vez el azar la había traído a mis
auriculares mientras recorría esas veredas. Una realidad distinta y distante. Caminando
agitado hacia tu departamento, como un preso con permiso de salida.
¿Qué era lo que quería conjurar con la canción?
Probablemente esa constante incomodidad que me vencía cuando estabas cerca.
“I´m coming to find you, if it takes me
all night….” - comenzó el estribillo que había escuchado
tantas veces.
La bocina de un auto me sacó de mi planeta, y
aceleré pasando la bocacalle. Miré hacia la derecha, pensando en encontrarte saliendo de tu edificio, pero
solo me topé con un ciclista que maniobró milimétricamente para esquivarme.
Estacioné en la mitad de la calle, intentando
serenar una declarada emoción.
Gotas pesadas
empezaron golpear quedamente el parabrisas y las ventanillas. Te imaginé corriendo con tu mochila en la
cabeza, guareciéndote en la entrada de un edificio y encendiendo un cigarrillo
extraño sin importarte demasiado a quien tenías al lado.
El temor de que no aparecieses y de que la tormenta fuese la excusa perfecta fue in crescendo. Los minutos pasaron y el silencio de radio en mi cabeza se volvió algo desconsolador. Varios minutos después, con la banda sonando y el regusto amargo de negras cervezas en mi garganta, te esperaba.
Mi mente, ya embotada , se dejaba ir por caminos apenas sospechados.
El temor de que no aparecieses y de que la tormenta fuese la excusa perfecta fue in crescendo. Los minutos pasaron y el silencio de radio en mi cabeza se volvió algo desconsolador. Varios minutos después, con la banda sonando y el regusto amargo de negras cervezas en mi garganta, te esperaba.
Mi mente, ya embotada , se dejaba ir por caminos apenas sospechados.
II. Ella.
Cuando eso pasó entre nosotros no pensé en las
consecuencias. Eramos hermosos y queríamos divertirnos. Me gustaba pensar en tu novia como un
monstruo agazapado en el cuerpo de una Barbie neurótica y despistada.
Apareciste en mi cabeza tan rápido como te habías ido. Solo me había bastado con verte caminando por la playa, hacía unos días, escondido detrás de unos gastados anteojos de sol y con uno de tus paranoicos libros en la mano.
Apareciste en mi cabeza tan rápido como te habías ido. Solo me había bastado con verte caminando por la playa, hacía unos días, escondido detrás de unos gastados anteojos de sol y con uno de tus paranoicos libros en la mano.
La noche de sábado fría y lluviosa, era ideal
para la película de Joy Division que tenía en el disco, pero las ganas de verte
pudieron más. Te escribí y un sudor frío recorrió mi espalda al ver en la pantalla
que me estabas contestando. Desvié la mirada hacia la ventana. Afuera el Atlántico
invernal me daba la última advertencia. La ignoré diciendome que no me asustaba
fácilmente y salí.
Subí al primer taxi que pasó. Para cuando
bajé, ya estaba arrepentida de haberme puesto esas botas. De la falda
escocesa, del rímel y de todo.
Desde la calle se notaba que el sonido de la
banda era potente. Algo me dijo que tenía eso que la distinguía de las otras del
montón. El portero me dejó pasar sonriendo como si me conociera.
Apenas crucé la puerta te vi, sentado en un
banco alto, apoyando el hombro contra la pared a pocos metros de la cantante, cuando
llegaba a un agudo imposible. Micrófono en mano, se contorsionaba mirando hacia
la nada. Pura autoestima esa chica.
Te miré. Vestías el mismo abrigo gris oscuro
de la tarde en la costa. Como si quisieras resaltar y a la vez esfumarte.
Jugueteabas con el porrón de cerveza, que supuse no sería la primera de la
noche, mientras yo me acercaba por detrás. Me detuve a centímetros de tu
espalda.
La cerveza y el perfume con el que te gustaba impregnar tu ropa se mezclaron en un desequilibrante aroma. Giraste y te quedaste observándome un instante. Vi en tu gesto el mismo vértigo que a los dos nos asaltaba. Me besaste en la mejilla despacio y te quedaste cerca, como un vampiro hambriento de película clase B.
La cerveza y el perfume con el que te gustaba impregnar tu ropa se mezclaron en un desequilibrante aroma. Giraste y te quedaste observándome un instante. Vi en tu gesto el mismo vértigo que a los dos nos asaltaba. Me besaste en la mejilla despacio y te quedaste cerca, como un vampiro hambriento de película clase B.
El volumen de la música y el griterío
componían la perfecta sinfonía para sentir tu voz en primer plano, hablándome
al oído. Me dijiste que estaba muy linda. Yo, que estabas cada vez más guapo,
así como dejándome llevar por el lapsus.
-¡Que ganas de verte tenía!-sonreiste-¿Tomamos
unos gintonics?
¡Cómo negarse! Todo se sentía tan natural y
espontáneo así. Pedimos los tragos y
mientras los esperábamos me contaste algunas cosas de tu día, yo estaba
nerviosa y apenas te escuché. Nada del otro mundo, cosas del trabajo, un par de
alumnos talentosos que estabas guiando…
Sentía calor y la bebida refrescante me
tranquilizó por un segundo.
La banda paró de tocar pero el silencio no nos
incomodó. Me mirabas, relajado, sin la furtividad
a la que me habías acostumbrado. Disfrutabas, reparando en mi risa y en mis
ojos, siempre en mis ojos.
- Te queda lindo lo que te hiciste.- me
dijiste.
Y llevaste tus dedos hacia mis párpados oscurecidos.
Sentí en ese momento que todas mis barreras se
caían. Cerré los ojos y sentí tus labios sobre los míos, inmensos, adorables.
Respiré. Volviste a besarme y esta vez tus labios húmedos se abrieron a otra
dimensión más profunda, más reveladora. ¡Las mujeres
podemos sentir el amor de tantas formas!
El arrepentimiento se había disuelto
completamente entre el GinTonic y tus besos. Nos acariciamos suavemente y mis piernas se encontraron con las tuyas.
La música estalló con un cover sucio,
crudamente distorsionado de Where is My Mind. Giré para ver a la banda sin separar un milímetro mi cuerpo
del tuyo. Tus manos rodeándome la
cintura y tu nariz curiosa de nuevo sobre mi cuello, jugueteando con mi pañuelo. Sin hablar
nos centramos en escuchar la canción aunque mi mente aturdida llegó hasta ese
momento en donde la misma canción nos encontraba livianos, libres de toda estúpida
moral. Nuestro querido descaro nos visitaba una vez más.
Las luces del escenario rebotaban en los
espejos victorianos que colgaban de la pared oscura, y yo te miraba. Cada uno
de los espejos te reflejaba neutral, apático. Sin embargo tu cuerpo vibrante se
sentía tibio. Intenté dejar pasar mi constante aprensión por las dualidades.
Conocía tus ataduras, los nudos y las sogas
que elegías cada día para reforzarlas.
Intenté deshacerme de tu abrazo con la excusa
de dejar el vaso en la barra pero me retuviste y volviste a besarme. Un
glorioso silencio apenas apagado por el ronroneo imperturbable del gentío.
La banda volvió al escenario justo cuando
nosotros buscábamos el pasillo de salida.
El frío y el silencio en la vereda me abofetearon, amigables.
Me ayudaste con el abrigo y me dediqué a
contar baldosas hasta tu auto.
Encendiste el motor. La escarcha cubría el
parabrisas. Los minutos se hicieron largos hasta que pudimos ver la calle: los
árboles desnudos, los borrachos saliendo vacilantes de los bares, la luz de los
faroles reflejándose en la humedad del asfalto.
Apoyé
mi cabeza en tu hombro. El calor circuló por el auto lentamente. Nos movimos
entre la oscuridad y las luces.
Una adolescente delgada y ebria tropezó con
sus tacos delante de las luces del auto.
Escupió una catarata de insultos sin soltar el vaso de plástico con el que
había salido del bar. Nos reímos al sentir que el contenido del vaso pegaba en
el vidrio trasero y la chica se esfumaba vociferando al bajar la loma de la
calle.
Estacionamos frente a la playa.
Nos quedamos un buen rato sin hablar, abrazados, dejando que el mar embravecido expresara lo que nosotros no podíamos decir.
Nos quedamos un buen rato sin hablar, abrazados, dejando que el mar embravecido expresara lo que nosotros no podíamos decir.
III El.
Dejarse llevar. Algo que jamás me había resultado fácil. Pero solo vos habías logrado que ocurriese.
Si existía algo que compartíamos era esa visión algo sombría aunque honesta de las cosas, una pincelada melancólica que la madrugada acompañaba a difuminar.
Mi memoria recordaba tu perfume fresco, vegetal, que impregnaba deliciosamente todo. Ahora invadía la pequeña atmósfera de mi auto y me adormecía más que todo lo que había bebido. Bajé el volumen de la música y me descubrí pensando en momentos perfectamente imperfectos.
Dormías, la cabeza de tu pelo castaño sobre mi hombro. Hubiera dado todo por esa imagen tiempo atrás. Y ahí estaba.
El ensueño me duró hasta que la realidad del maldito teléfono me trajo de vuelta.
Solo atiné a deslizarme hacia afuera y a sentarme intentando fijar la vista en las olas. Pero una y otra vez me volvía hacia vos, dentro.
El sonido gutural y estruendoso de motores se hizo presente por sobre el ruido del mar: el primer vuelo del día se escapaba del Aeropuerto, con sus luces verdes y rojas brillando y perdiéndose entre las nubes bajas.
Entendí entonces que ya no importaba la causa de mi angustia. Estaba exactamente donde quería estar.
Dejarse llevar. Algo que jamás me había resultado fácil. Pero solo vos habías logrado que ocurriese.
Si existía algo que compartíamos era esa visión algo sombría aunque honesta de las cosas, una pincelada melancólica que la madrugada acompañaba a difuminar.
Mi memoria recordaba tu perfume fresco, vegetal, que impregnaba deliciosamente todo. Ahora invadía la pequeña atmósfera de mi auto y me adormecía más que todo lo que había bebido. Bajé el volumen de la música y me descubrí pensando en momentos perfectamente imperfectos.
Dormías, la cabeza de tu pelo castaño sobre mi hombro. Hubiera dado todo por esa imagen tiempo atrás. Y ahí estaba.
El ensueño me duró hasta que la realidad del maldito teléfono me trajo de vuelta.
Solo atiné a deslizarme hacia afuera y a sentarme intentando fijar la vista en las olas. Pero una y otra vez me volvía hacia vos, dentro.
El sonido gutural y estruendoso de motores se hizo presente por sobre el ruido del mar: el primer vuelo del día se escapaba del Aeropuerto, con sus luces verdes y rojas brillando y perdiéndose entre las nubes bajas.
Entendí entonces que ya no importaba la causa de mi angustia. Estaba exactamente donde quería estar.
IV Ella.
Me desperté agitada. Un sueño en el que Ian Curtis me perseguía intentando enlazarme como un gris cowboy punk. Algo dormida escuché su voz en la radio de tu auto. Verte sentado sobre su capot me reconfortó: siempre habías estado cerca. Siempre presente en mis ensoñaciones.
Me desperté agitada. Un sueño en el que Ian Curtis me perseguía intentando enlazarme como un gris cowboy punk. Algo dormida escuché su voz en la radio de tu auto. Verte sentado sobre su capot me reconfortó: siempre habías estado cerca. Siempre presente en mis ensoñaciones.
El viento había
amainado. Sobre el horizonte, una tibia luz rosada anticipaba la salida del sol.
Observabas el mar y de a ratos te girabas y me mirabas por el parabrisas. Tenías esa guía interna, tan pausada y perseverante. Y ahí estábamos, sin saber demasiado que hacer, dejándonos llevar por algo que ninguno de los dos se animaba a comprender.
G. Q. y M.A.
9/18
Observabas el mar y de a ratos te girabas y me mirabas por el parabrisas. Tenías esa guía interna, tan pausada y perseverante. Y ahí estábamos, sin saber demasiado que hacer, dejándonos llevar por algo que ninguno de los dos se animaba a comprender.
G. Q. y M.A.
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