viernes, 7 de junio de 2019

Pequeños Tesoros.

Cuantas cosas se pierden en cajas, cajitas y cajones. Cuantos tesoros y máquinas del tiempo se guardan en espacios acotados, mientras el olvido y la falta de atención las van cubriendo con un manto gris y vacío de silencio, o de ceguera.
Porque ahí están. No son solo objetos, ni imágenes, o sonidos. Son historias, en muchas ocasiones dignas de conocerse, con sus pequeños hechos listos a ser desenrrollados como si de un viejo papiro se tratase.
Ese disco compacto, con su tapa de plastico quebradizo, rayada por los vaivenes de alguna mano desaprensiva, su carátula dibujada a mano, en un exceso de creatividad adolescente, con lapiceras y tintas de fibrón que denotan lo alternativo de un pasado casi reciente, pero de a ratos, lejano.
Lo tomo con cuidado de sus bordes, desencastrándolo de la caja. Hace años, que nadie lo saca de allí. Lo siguiente es darlo vuelta, esperando lo típico: muchos rayones que probablemente hagan imposible que se escuche su contenido, manchones de humedad, en el peor de los casos.
Pero no, apenas alguno que otro surco apenas superficial del uso que se le dió hasta ese día en que se lo dejó guardado en el cajón.
Acto seguido enciendo el reproductor, cuadrado monumento compuesto de épocas monetarias mas benévolas. Su calidad es tal que las luces verdes del display digital avisan que el tiempo no ha pasado en demasía. La bandeja, como una lengua, aparece con un ruido extraño y poco fluido que me hace pensar en que el plástico tiene el equivalente a la herrumbre de los metales. Quizás sean los dientes del mecanismo...o simplemente el tiempo.
Las palabras en la parte superior del disco son las mismas que las de la carátula en la caja, lo cual es una suerte: el desorden muchas veces es una forma de olvido. A modo de chiste, una pequeña frase simula un falso sello discográfico pirata, autor del compilado.
La lengua gris se traga el disco, con otro ruido un poco más reconfortante que al abrirse, probablemente el aparato este volviendo a la vida a su manera, como en algunas películas de ciencia ficción.
Un sonido tenue, sutil, pero no por ello inexistente se deja oír. Antes solía pensar que era el láser buscando los surcos de colores en el disco. Quizás así fuese. Pero algo que siempre supe fue que si ese sonido se prolongaba, muy pocas eran las chances de oír la música que venía después.
Entonces el disco solo sería un objeto, con memorias borradas o sonidos enmudecidos. Un mensajero ciego y mudo. Con poco que decir, y mucho que adivinar. Un misterio minúsculo, o un destino de basura.
Sin embargo a los pocos segundos, un silencio y luego punteos que la mente reconoce se dejan oir por los descuidados parlantes. Y la máquina del tiempo vuelve a funcionar a todo gas, su combustible es mi mente, viajando por vías de acordes y riffs entrañables. 
Y es así que hay que buscar, sin muchos mapas. Solo la memoria.


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